Ese olor apestoso, nauseabundo y
característico de las entrañas descompuestas, es propio de las bestias, de los
demonios que agitan sus entrañas cuando están a punto de parir una desgracia,
una vileza, un hediondo signo de bajeza y podredumbre humana; de alma,
conciencia y otredad. Cuando ya no son
capaces de cambiar una situación, no son capaces de cambiar ellos mismos, es
entonces cuando literalmente se “cagan en los demás”. La razón se tuerce, como cólico en las
tripas, y la única manera de sacar el dolor que sienten los ensimismados y
egoístas, es parir algo fétido mientras se hacen los muy dignos y probos. Los demás no importan, nunca importaron. La mentira y la hipocresía se tornan verdad que
debe ser creída y alabada. La adoración
y la gratitud es lo único aceptable, cuál anda de Estrada Cabrera hay que
cargar carteles de agradecimiento hacía la sinrazón y hacer culto cada acción y
palabra de estos enanos que se creen deidades.
El Sistema los pare, el Sistema los promueve, el Sistema los destruirá
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