La pubertad revolucionaria va
desapareciendo mientras aparecen los silencios donde antes siempre hubo una
respuesta.
Extraño mucho esa época, lo
confieso, tan seguros, tan propios, “tan revoltosos”. Extraño a mis compañeros de culto, su candor
realmente cobijaba, enamoraba. Extraño
la certeza de pertenecer a un grupo que “realmente sabía cómo se debía
reencausar el país”.
De pronto sucedió que las
verdades eran muchas, que las respuestas vencían a las preguntas pero no a
quienes tocaba que compartirlas, las respuestas no eran lo importante, sino
quien dejaba de tener cargo, puesto, prestigio, nombre; lo importante pasó a
ser algo concreto: la institucionalidad de la izquierda dentro de la
institucionalidad que siempre se combatió.
Aquella abstracción de revolución pasó a la concreción de una sola cosa,
elecciones y votos.
Los partidos políticos en
Guatemala se construyen de arriba hacia abajo, y con esa pirámide tan delgada
allá en las alturas, no hay espacio para todos, cada quién quiso entonces hacer
su pirámide, y así hemos estado desde hace casi 20 años.
No sé si habrá constituyente
pronto, no sé cuándo la izquierda dejará el infantilismo, no sé si realmente
hay multipartidismo en el país, no sé hasta cuándo la barbarie cotidiana sea
posible, no lo sé.
Ahora desconfío de todas las
respuestas, y de mí; no vaya a ser que creer en algo, sea solo una excusa para sobrevivir y subir a cualquier pirámide. De momento la política de la chancleta le
ganó a la revolución.
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