Este despertar debería ser la normalidad, lo anormal, dejar
que el país haya llegado hasta donde se encuentra. El poder político, económico y cultural está
lejos de ser tocado con reformas que deben decidir quiénes son parte del
cuestionamiento, el problema y una de las causas del desasosiego. Es como querer amarrar chuchos con
longanizas.
El reto radica en ya no dormirse más y apuntar hacia lo
estructural, de manera meditada, responsable y constructiva.
El derrotero legal de la actual situación tiene los caminos
marcados, a menos que realmente se sumen amplios sectores de la sociedad guatemalteca,
habrá reformas que no se aplicaran a las elecciones del presente año, habrá
elecciones y a Otto Pérez Molina le dará tiempo para limpiar lo que haya que
limpiar hasta el 14 de enero del próximo año.
La clase política debería entender el hartazgo que siente la
población, la indefensión, la falta de confianza en todo lo que digan. Defender la reelección, sea una cuestión
constitucional o no, seguir con la retórica que no esclarece la opacidad de sus
fuentes de financiamiento, no aceptar que capos y mercaderes tienen secuestrada
a la política, y que es momento de que la ciudadanía la recupere; pues es el
acto de negación de aquel que se sabe perdido.
A la clase política solo le quedan dos caminos, escudarse en lo jurídico
y reprimir el pensamiento que los trasciende, o estar a la altura de las
circunstancias y avanzar, aunque sea un paso, en el fortalecimiento de la
democracia guatemalteca y el esfuerzo civilizatorio que nos lleve a otra
Guatemala.
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