Ilustración: Raquel Díaz de la Reguera
Escojo ir con el pecho abierto coqueteando con amor puro a los demás y transgredir la costumbre de odiarnos y dañarnos salvajemente. Elijo creer en los locos que quieren cambiar el mundo. Acepto la equivocación como lección y la crítica como aliento. Bajo mis banderas a ras de suelo para ver el rostro del enemigo y lo invito a un abrazo rabioso luego de habernos destrozado las ideas. Convengo conmigo no renunciar a la vitoria jamás, la victoria de lo humano, civilizado y amoroso.
A pesar de que lo que sale de ese hoyo semicircular casi siempre son bofetadas alevosas, al igual que casi siempre quien dirige es un vulgar guiñol; el plasma que empapa la tierra y la ha nutrido desde los tiempos de los capitanes generales, “alcaldes mayores” y adelantados; tendrá que servir para florecer y no solo para pintarnos el rostro en la revuelta. Esa será su derrota definitiva, cuando no puedan más con la manera en que queremos a nuestros hijos y luchamos por ellos.
Prefiero pues la lucha, aunque a veces duela, aunque a veces llore, aunque a veces sangre. Amorosamente le digo señor, usted es un miserable, eterno, perenne, constante; igual que nuestra hambre y esperanza. Si, usted señor del Palacio de La Loba, usted señor representante, usted señor de la Casa Crema.
Aquí no cabe otra cosa, ya nos odiamos demasiado y sus discursos airados no nos amedrentan ni motivan. A pesar de todo el dolor, apenas nos han rasguñado las ganas de vivir en paz. Venceremos, aunque no lo veamos, aunque ustedes mueran victoriosos. Venceremos.
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