lunes, 31 de enero de 2011

CAMINITO DE TIERRA


Cuando era pequeño, todos los años en vacaciones visitaba a mi abuela, me emocionaba muchísimo cuando se acercaba la fecha y sentía que se acercaba también el olor a pino y manzanilla, el frío, los olores de la inmensa cocina, las fogatas, los mimos de mis tías, las nuevas amistades, y todo lo que vivía cada diciembre.
En la camioneta, que por aquellos días cobraba 50 centavos de la capital a Chimaltenango, mi memoria iba reconociendo las señas del camino, la primera, antes siquiera de subir al bus, era el puesto de chéveres en la 20 calle, me fascinaba que me dieran fresco en un barquillo de papel. Después, sabía que ya casi salíamos de la capital cuando miraba las fábricas de block en la Roosevelt, y que definitivamente estábamos fuera cuando el ayudante de “La Esperanza” le tiraba un manojito hecho de fichas y billetes a unos policías que estaban parados en una garita.
Luego de salir de la ciudad empezaba el bosque, seguía y seguía, y el bosque no se cansaba de pasar por las ventanas de la camioneta, de cuando en cuando se aparecía el nombre del General Lucas García, pintado con letras grandes y blancas en los paredones antes de llegar a San Lucas.  Luego más bosque.  Y cuando de repente en una curva miraba un montón de árboles apretaditos y empotrados en un barranco, sabía que ya estaba cerca de la casa de mi abuela, y también sabía que luego de la curva pasaríamos por Sumpango.
Inmediatamente me concentraba en el lado izquierdo, mejor si iba yo sentado de ese lado, pero sino igual trataba de tener la mejor vista, para observar algo que me intrigaba y emocionaba al mismo tiempo.  Un caminito de tierra.  Serpenteaba y subía despaciosamente por una ladera y se perdía detrás de unos pinos.  Parecía que lo había puesto en ese lugar alguien que escribía un cuento, que necesitaba un lugar perfecto para terminar con un final feliz, diciendo que un personaje subía con su azada al hombro, feliz y orgulloso, silbando y listo para disfrutar de su casa y familia, que seguramente estarían después de los pinos donde terminaba el caminito de tierra.
Luego de que dejaba atrás aquel caminito de tierra escurriéndose hacia el bosque, a los pocos minutos ya estaba en casa de mi abuela.
Pasaron los años, muchos, ahora cuesta 7 quetzales el pasaje de la capital a Chimaltenango.  Ya no están las letras blancas con el nombre del tal general Lucas, menos mal, ya no hay tanto bosque y el camino de tierra tiene unas rodadas de cemento y sigue perdiéndose en el mismo lugar, pero los pinos ya no están.
Como soy exageradamente curioso, hace unos 3 meses me decidí a caminar por el caminito de tierra que antes tanto me gustaba, lo hice, y descubrí que hace parte de la carretera vieja que conducía a la capital y que pasaba por Sumpango.  Hay un basurero en una de sus otrora idílicas curvas, sus laderas están pelonas y por supuesto que el final del cuento donde el campesino va feliz, orgulloso, silbando y listo para casa y familia, lo protagonizaron unos compas que iban sufriendo bajo el peso de unas cargas inmensas de leña, con músculos correosos y piel aceitunada a fuerza de tanto sol, con la mirada perdida y cansada.
Mi abuela ya no está, su cocina tampoco, ahora soy yo el que lucha cada vez que puedo por imitar aquellos olores, cocinando arroz con arvejas, cociendo frijoles, buscando tortillas negras recién salidas del comal, horneando pierna, haciendo ponche.  Sembrando pinos y cipreses.  El caminito sigue ahí, pero ya nada es igual.  El y yo hemos permanecido, pero la vida nos ha cambiado. 
A pesar de todo la historia tiene final feliz, porque el caminito de tierra ahora me lleva al lugar más bello del mundo, mi hogar.

viernes, 28 de enero de 2011

EL PATOJO Y EL CHÉ GUEVARA


Julio Roberto Cáceres, “El Patojo”, compañero militante del Partido Guatemalteco del Trabajo en la época de la Revolución del 44 y la posterior contrarrevolución, en palabras del Ché  El Patojo buscaba algo distinto, buscaba la liberación de su país; como en todos nosotros, una profunda transformación se había producido en él”...
Continua el Ché  “De aquel muchacho sensible y concentrado, todavía hoy no puedo saber si fue inmensamente tímido o demasiado orgulloso para reconocer algunas debilidades y sus problemas más íntimos, para acercarse al amigo a solicitar la ayuda requerida. El Patojo era un espíritu introvertido, de una gran inteligencia, dueño de una cultura amplia y en constante desarrollo, de una profunda sensibilidad que estaba puesta, en los últimos tiempos, al servicio de su pueblo hombre de partido ya, pertenecía al PGT, se había disciplinado en el trabajo y estaba madurando como un gran cuadro revolucionario. De su susceptibilidad, de las manifestaciones de orgullo de antaño, poco quedaba. La revolución limpia a los hombres, los mejora como el agricultor experimentado corrige los defectos de la planta e intensifica las buenas cualidades”.
El Ché conoció  a Julio Roberto Cáceres en México, y luego de que Fidel no aceptó más extranjeros en la expedición revolucionaria hacia Cuba, el Patojo llegó a la isla a pocos días de triunfar la Revolución.  Trabajó por un tiempo en el Ministerio de Industrias y llegado el momento le dijo al Ché que volvía a Guatemala, a pelear, a hacer la Revolución en tierras chapinas.
Los consejos del Ché fueron tres:  Movilidad constante. desconfianza constante, vigilancia constante. Movilidad, es decir, no estar nunca en el mismo lugar, no pasar dos noches en el mismo sitio, no dejar de caminar de un lugar para otro. Desconfianza, desconfiar al principio hasta de la propia sombra, de los campesinos amigos, de los informantes, de los guías, de los contactos; desconfiar de todo, hasta tener una zona liberada. Vigilancia; postas constantes, exploraciones constantes, establecimiento del campamento en lugar seguro y, por sobre todas estas cosas, nunca dormir bajo techo, nunca dormir en una casa donde se pueda ser cercado. Era lo más sintético de nuestra experiencia guerrillera, lo único, junto con un apretón de manos, que podía dar al amigo. ¿Aconsejarle que no lo hiciera?, ¿con qué derecho, si nosotros habíamos intentado algo cuando se creía que no se podía, y ahora, él sabía que era posible?”
Y nos dice el Ché “Se fue El Patojo y, al tiempo, llegó la noticia de su muerte. Como siempre, al principio había esperanzas de que dieran un nombre cambiado, de que hubiera alguna equivocación, pero ya, desgraciadamente, está reconocido el cadáver por su propia madre; no hay dudas de que murió. Y no él solo, sino un grupo de compañeros con él, tan valiosos, tan sacrificados, tan inteligentes quizás, pero no conocidos personalmente por nosotros.  Todavía no se sabe muy bien lo ocurrido, pero se puede decir que la zona fue mal escogida, que no tenían preparación física los combatientes, que no se tuvo la suficiente desconfianza, que no se tuvo, por supuesto, la suficiente vigilancia. El ejército represivo los sorprendió, mató unos cuantos, los dispersó, los volvió a perseguir y, prácticamente, los aniquiló; algunos tomándolos prisioneros, otros, como El Patojo, muertos en el combate.
Son los últimos versos de un revolucionario pero, además, un canto de amor a la Revolución, a la Patria y a una mujer. A esa mujer que El Patojo conoció y quiso aquí en Cuba, vale la recomendación final de sus versos como un imperativo:

Toma, es sólo un corazón
tenlo en tu mano
y cuando llegue el día,
Abre tu mano para que el Sol lo caliente...

El corazón de El Patojo ha quedado entre nosotros y espera qua la mano amada y la mano amiga de todo un pueblo lo caliente bajo el sol del nuevo día que alumbrará sin duda para Guatemala y para toda América…”

Julio Roberto Cáceres, El Patojo, fue como cualquiera de nosotros, hizo lo que tenía que hacer en su época.  Sufrió la derrota de la Revolución de Octubre, estuvo con los revolucionarios de ese tiempo, aprendiendo, creciendo, siendo rebelde.  Amó, peleó, murió por lo que creía.  Que viva El Patojo que vive dentro de cada uno de nosotros. 

miércoles, 26 de enero de 2011

GARRIK

A pesar de la cotidiana terquedad por cagarse en todo, hay que reír.  Este país está lleno de gente que critica a los demás, y no se da cuenta que esos a los que critica son con los que hay que sacar adelante a esta ya muy pijaseada primavera.
Hay que reír aunque lo que se antoje sea llorar. Y hay que reír no por escapar, querer negar la realidad o burlarse de la crudeza de nuestras vidas, hay que reír porque como diría Juan de Dios Peza “El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas, aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas”.

miércoles, 19 de enero de 2011

El libre debe morir





No soy el que quisieron, no soy perfecto, no soy trasnochado comunista, no soy simpático, no soy obediente, no soy sumiso, y como dice Silvito, resisteremos hasta el último aliento.    Soy el que intenta todos los días ser consecuente y no dejar nunca de intetar cambiar este puto país. Y aunque se rian, aunque se burlen, aunque traicionen , a me tiene sin cuidado el enanismo de su alma, AQUÍ ESTAMOS  unos cuantos necios que gritamos HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.

domingo, 16 de enero de 2011

El Colibrí

Quién de nosotros no ha sido un Colibrí. Que lindo sería llenar de colibríes este país. Yo sueño con uno que pronto vendrá, cuando quiera vendrá, pero vendrá. Ya lo amo y me muero de ganas por enseñarle el jardín que hemos plantado para él.


GRACIAS VIRULO POR TAN LINDA CREACIÓN.

Bichos escatológicos


Siempre se topa uno con “Bichos Escatológicos”, siempre.  Si te ven por debajo de ellos, te tiran mierda, si piensan que estás arriba de ellos, se quieren embarrar de tu mierda.  Vaya mierda.
Se sabe cuando vienen o han estado en algún lugar, porque se asoma el olor a mierda primero que ellos o dejan su tufito luego de marcharse.  Como aquello de “aquí huele a azufre”, ah, es lo mismo, es decir “aquí huele a mierda” quiso decir el compañero.
El asunto es que de toda la vida se topa uno con gente arrastrada, que es un escalón más que ser gente mierda.  A veces es penoso, porque dan tales espectáculos que hasta da pena ajena.  Y otras da rabia, porque a fuerza de ser arrastrado y mierda, desplazan a gente digna, capaz y trabajadora. 

DESPUÉS DE LA GENTE MIERDA, LO PEOR QUE EXISTE ES LA GENTE ARRASTRADA.

lunes, 10 de enero de 2011

El arte de tragar sapos


Soy nuevo en esta práctica, y todavía me cuesta un poco.  Hay sapos de sapos.  Algunos se presentan bonitos, pequeñitos y con colores vivos, hasta se los traga uno con alegría; pero después, se da uno cuenta que el color solo es una artimaña para engañar e invitar a engullirlos.  Rápido empiezan los dolores, fuertes, secos, en la boca del estomago.  También se presentan sudoraciones y como es menester en el arte de tragar sapos, solo se puede aguantar el efecto del sapo tragado.
Los hay gordos, grandes, rugosos, esos cuesta tragarlos, mucho, mucho.  Te dan ganas de vomitar cuando se meten a tu boca, cuando se siente su rugosidad y las ligas que supuran.  Casi te ahogan cuando ya es un hecho que van bajando por la garganta, y cuando al fin llegan al estomago se inflan y causan una sensación de una llenura asquerosa.
Están los exóticos, de esos que solo se tragan una vez, con ellos nunca se sabe cómo será la cosa.  También los hay sicodélicos, esos son alucinógenos y se los traga uno fundamentalmente en cuestiones de amores.  Están los sapos retro, son aquellos que nos proporcionan los compas viejos en sus conversas.  Los plásticos,  esos no solo se tragan sino que encima hay que comprarlos, normalmente para quedar bien con alguien o siguiendo alguna estúpida moda.  Los sapos pirruris, pedantes, descerebrados y siempre chic, esos nos los tragamos cada vez que no podemos eliminarlos (tal cual debería ser, pirruris visto, pirruris muerto).
Existen los sapos de cuarto, los sapos mañaneros, los sapos del zapping, los sapos extranjeros, los sapos académicos, en fin, hay muchas clases de sapos y mientras nos vamos volviendo viejos, aprendemos el arte de tragar sapos.  
NOTA:  De los sapos de la política es mejor no hablar. 

martes, 4 de enero de 2011

De semillas y libertad...


El compañero Pepe Mujica nos da una sintética lección sobre la libertad a raíz de la pregunta de un periodista sobre la austeridad…
“Los que pierden la libertad, son los que se dejan enganchar por la sociedad consumista, porque cuando usted compra algo no lo compra con plata, compra con el tiempo de su vida que tuvo que gastar para tener esa plata.  Se es libre cuando uno tiene tiempo libre para hacer con su vida lo que se le canta…que es para cada cual su motivación, pa unos puede ser pescar, pa otros puede ser jugar al futbol, pa otros estar durmiendo bajo un árbol, pero hay que tener tiempo libre disponible de uno.  Cuando usted tiene que salir a pelear la chaucha, pa los gastos materiales que tiene que cumplir ya no es un hombre libre o una mujer libre, es un hombre o una mujer sometido a la ley de la necesidad”.
Y vaya si muchos de nosotros somos esclavos de las necesidades, sin libertad, sin tiempo de nuestra vida, y nos gastamos precisamente nuestra vida asumiendo las tareas más ingratas sobre la cubierta de un barco que navega sin nuestras manos en el timón.  Pepe Mujica también dijo en su espacio radial “hablando al sur”: la inversión es como la semilla en la agricultura, jamás habrá cosecha si no hay semilla para sembrar, no por poner una semilla usted tiene asegurada la cosecha, pero tenga presente que jamás habrá progreso sin inversión…”
Si los chapines,  los académicos, políticos, empresarios, organizaciones sociales, de presión, gremios, sindicatos, la sociedad, no invertimos, no plantamos la semilla de la Guatemala civilizada y democrática, jamás cosecharemos paz y prosperidad.

¿Todo cambia el nuevo año?




Las fechas de fin de año están fabricadas para la reconciliación, la expiación de culpas, la redención y los buenos deseos.  La navidad y el fin de año son como las borracheras, chileros mientras duran pero jodidos cuando viene la “cruda” realidad.
Al cambiar de año solo se cumple con un hecho cronológico, no de desarrollo de conciencia o de transformación profunda.  Se mueve el calendario, los números, y vuelve la noria del Sistema a rodar, y empezamos a transitar por todas esas fechas que están diseñadas para gastar y activar nuestros reflejos condicionados: día de reyes, semana santa, día de la madre, día del padre, día de esto, día de lo otro hasta llegar nuevamente a la tan esperada navidad y año nuevo.  Y vuelta a empezar.
La cuesta de enero se convierte en un Everest que no terminamos de subir, hasta que se nos viene otra montañota encima, eso sí, nueva.  No nos alcanzan las fechas para gastar y endeudarnos, para cagarla y pedir perdón. En año nuevo todo sigue igual, sin embargo, que predecibles y borregos somos.
Este, el año pasado y todos los años, debemos ser congruentes, consistentes, estar conscientes de nuestro entorno y la realidad.  Nada cambia de la noche a la mañana, el futuro lo construimos con nuestros actos u omisiones.

Este trópico y su gente enamorada...

      Este trópico está lleno de gente enamorada desmemoriada un día subimos a las nubes sobre el mar y al día siguiente nos hacemos...