Las fechas de fin de año están fabricadas para la reconciliación, la expiación de culpas, la redención y los buenos deseos. La navidad y el fin de año son como las borracheras, chileros mientras duran pero jodidos cuando viene la “cruda” realidad.
Al cambiar de año solo se cumple con un hecho cronológico, no de desarrollo de conciencia o de transformación profunda. Se mueve el calendario, los números, y vuelve la noria del Sistema a rodar, y empezamos a transitar por todas esas fechas que están diseñadas para gastar y activar nuestros reflejos condicionados: día de reyes, semana santa, día de la madre, día del padre, día de esto, día de lo otro hasta llegar nuevamente a la tan esperada navidad y año nuevo. Y vuelta a empezar.
La cuesta de enero se convierte en un Everest que no terminamos de subir, hasta que se nos viene otra montañota encima, eso sí, nueva. No nos alcanzan las fechas para gastar y endeudarnos, para cagarla y pedir perdón. En año nuevo todo sigue igual, sin embargo, que predecibles y borregos somos.
Este, el año pasado y todos los años, debemos ser congruentes, consistentes, estar conscientes de nuestro entorno y la realidad. Nada cambia de la noche a la mañana, el futuro lo construimos con nuestros actos u omisiones.
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