viernes, 17 de diciembre de 2021

Sensibilidad

 




Eso de percibir a través de los sentidos está devaluado de una forma, e hipermercantilizado de otra, si llorás porque tocaste por primera vez el envés de la mano de tu hijo, sos un sensible. Pero si llorás porque fuiste el primero en la fila del nuevo teléfono más inteligente que vos, no sos sensible, sos normal, es normal emocionarse ante tal privilegio; pero no emocionarse cuando te salen tres palabras del alma, las escribes y las mandás, menos emocionarse cuando te das cuenta se perdieron entre tu corazón y la “conexión” hacia donde las enviaste. Eso no es normal.  Ser sensible, emocionarse con el amor, sentir ternura, podría salvarnos la vida, no a nosotros en particular, a los demás. Lo efímero, no toma en cuenta el después, no importa qué pase mañana.. Lo sensible sí toma en cuenta el mañana. Por ejemplo, me arrepiento rabiosamente de no haber hablado con mi padre lo suficiente, decirle que a pesar de todo lo vivido y mi desacuerdo con muchas cosas, mi amor por él permanecía intacto, sobándole los pies, lleno de morfina, lo hice, balbuceó algo que no logré entender pero que quiero creer fue un “tranquilo”.  O la vez que haciendo el amor me dijeron el nombre de otra persona en el clímax del placer, soy sordo, pero no tanto, no paré, era más lo que sentía que la indagación insensible que el orgullo de macho me exigía. Creo que fui sensible esa vez, raramente sensible. O cuando mi madre baja la cabeza cuando se la va a dar un beso en la mejilla, creo que soy sensible a que no estuvo nunca acostumbrada a que la besaran con cariño, y entonces pone posición de chivo y te da una cornada. Hay que ser sensibles creo, de lo contrario consideraríamos normal tanta mierda a nuestro alrededor, y cuando digo mierda es mierda eh, mucha, desde la política hasta el más encumbrado de los dioses con el mejor asesor de marketing. Llorar, por ejemplo, cuando a veces, un recuerdo nos llama a una lágrima, y puede ser por algo alegre que hemos vivido, o por algo muy duro que hemos vivido pero que ahora nos causa risa. Me partí el brazo en tres partes cuando era muy pequeñito, y eso fue lo más doloroso físicamente que experimentado en la vida (andaba impresionando a una niña, por cierto), pues ahora, cuando recuerdo el acordeón de brazo que me quedó, sonrío, o me acuerdo la fregadera (que ahora le dicen bullyng) me hacía mi propia familia porque luego de sanado el brazo me quedó torcido y no podía ni puedo pegarlo al cuerpo: qué hijos de puta pienso sonriendo. En fin, devaluar la sensibilidad es condenarnos a la frivolidad, a la falta de escrúpulos, y eso, está muy cerca del autoritarismo y el desapego por los demás, principalmente por los que más nos amán. Ahora si que como dijo la canción "déjenme si estoy llorando" ya pasara.




jueves, 16 de diciembre de 2021

Nadar o ahogarse




Recuerdo la primera vez que sentí algo que me dominaba por completo, que era superior a mí y me controlaba, al punto de no dejarme respirar. Tenía 6 o 7 años, jugaba, con el único juguete que tenía y quería, una Poza Azul en Sto. Tomás de Castilla: se veía su fondo, el agua era cristalina y había toda clase de vida en ella. En la orilla, la profundidad era de poco más de un metro, de puntillas era seguro, jugar, sumergirse y perseguir pececitos, buscar camarones, jutes, buscar fichas perdidas por los bañeantes, para después limpiarlas con el carcañal del pie, dándoles vueltas y vueltas en la arenilla, hasta que quedaban sin sarro y las aceptaban en la tienda. Era un mundo distinto, pasaba horas metido en el agua hasta entumecerme, no importaba si era época de verano o lluvia, cuando llovía era mejor, nadie más que yo disfrutaba de todo aquello.  Un buen día, se me ocurrió ir más allá de la profundidad de un metro en la orilla, lo hice, con un pie todavía tocando el fondo, estiré el otro y no sentí nada debajo, bajé el otro y no sentí el fondo, de hecho, el agua era más helada, sentí miedo y retrocedí. Me fui a la orilla y me acosté al sol hasta quedar tostado de seco. Pensaba en qué había más allá de ese paso que no di, me metí nuevamente, con miedo, pero con una curiosidad inmensa. Afirmé un pie, di el paso con el otro, y esta vez, el peso de mi cuerpo me hundió, conocí qué tan profundo era aquello. Intenté chapotear de vuelta, pero no podía, el aíre me faltaba, sentía cómo mis ojos se abrían inmensamente buscando la superficie, daba vueltas a mi alrededor buscando algún lugar donde pararme, encontré uno, lo alcancé con la punta de los pies y me impulsé, fue suficiente para sacarme a tomar aire. Tomé una bocanada mezclada con agua y de vuelta al fondo, estaba muy lejos de la orilla, muy lejos. Esa segunda vez, con miedo, pero sabiendo de qué se trataba la situación, intenté impulsarme yo mismo hacia arriba, con mis patadas “de casi ahogado”, sentía que subía, pataleaba más, sentía que se acercaba la superficie, pataleaba más, y nuevamente una bocanada de aire y otra de agua. La tercera vez, ya solo tenía que repetir el plan con más fuerza, así lo hice, y esta vez solo tome aire y no agua. Al llenarme de aire y chapotear como desquiciado, pude flotar y dirigir mi cuerpo hacia la orilla, hasta que toqué el suelo con mis pies nuevamente.  Ese día, pude ahogarme y nadie se habría dado cuenta, sentí mucho miedo. La Poza Azul mide aproximadamente 75 metros de largo, a partir de ese día, todos los días chapoteaba un poco más lejos sin tenerle miedo al fondo, a no tener los pies firmes mi fuerza, a mi respiración, hasta que logré alcanzar la otra orilla.  Cuando en la vida siento que me ahogo, que no doy más, que seguro todo ha terminado, viene a mi ese recuerdo, y gracias a la Poza Azul y sus lecciones, siempre llego a la otra orilla.


miércoles, 15 de diciembre de 2021

El alacrán en mis sábanas y el ave muerta al pie de la cama



En un sueño en el que permanecía despierto, un alacrán caminaba plácidamente sobre mis sabanas, le miraba y no era capaz de reaccionar, no sabía sus intenciones, si solo estaba de paso y se marcharía, si vendría hacía a mí y me clavaria su aguijón.  Tontamente quise acercarme en son de paz, me pareció bello, pequeño pero poderoso, quise acercarme lo más que pude, y sí, es bello; de pronto se dio cuenta que intentaba tocarlo, como acariciarlo, y eso fue el principio del fin, se colocó en posición de batalla, lo curioso es que intentaba salir del terreno en disputa, pero yo quería acariciarlo, él se escurría mostrando en alto su cola y con la capacidad de tomar cualquier dirección rápidamente, hasta que no pudo más que enfrentarme: no pude acariciarle, tampoco él pudo inyectarme dolor. Al levantarme de la cama la escena era aún más perversa: un ave había sido sacrificada y sus plumas pequeñas y suaves flotaban por la habitación y se alfombraban el piso.  Hay días hermosamente extraños.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Si los porteños lo supieran...







Puerto Barrios fue y es un motor en el país, aunque no figure en las grandes decisiones económicas y políticas, mucho de lo que pasa a nivel nacional tiene que ver con lo que pasa por su mar y su tierra.  Uno de los mayores responsables de que esto sea así, es Jacobo Arbenz Guzmán, quien, con visión de estadista, desarrolló la carretera de la ciudad capital hasta Puerto Barrios, quitándose de encima el monopolio de la empresa de ferrocarriles de la época: floreció el comercio como nunca.  El mercado central se llama mercado REVOLUCIÓN, pero no sé si alguien se recuerda de ello.  En el cruce entre Puerto Barrios y Sto. Tomas de Castilla existe un Busto de Arbenz, tampoco sé si la gente lo sabe a la fecha.  En algún libro, que no recuerdo el nombre, leí que un estibador afrodescendiente, en una ocasión, se reveló ante las condiciones de trabajo y el trato que se les daba: la columna guerrillera que John Sosa implantó en Izabal, llevaba el nombre de ese hombre. Y así, existen detalles invaluables que no se conocen por parte de barrioporteños y santo tomasinos, pero, sin la Revolución, la vida que tienen ahora no sería tal.

martes, 7 de diciembre de 2021

Planta tu beso y verás lo que germina



Algunas semillas parecen espinas, esa es su estrategia para viajar, se entierran en el animal que pase a su lado para llegar a algún lugar e intentar germinar. Otras, son llevadas por el viento y parecen una romántica diáspora que se esparce grácilmente en busca de su lugar sobre la tierra. Algunas, simplemente caen desde muy alto y quedan enterradas, esperando la lluvia. Están las que son tomadas por manos callosas, gentiles, cuidadosas, y son puestas en su lugar después de mucho trabajar esperando que tengan las mayores oportunidades de germinar. Hay las que se abren paso entre la basura, en el entresijo de las banquetas, a la vera del camino, sobre los tejados, y lugares inimaginables a veces. Mi corazón, ya fue surco, espina clavada en el lomo de alguien, detrito de banqueta, caminos y caminos, techo, y cualquier cosa inimaginable en busca de una semilla. No importa qué semilla sea tu beso, ten, ven, toma mi pecho, plántalo: germinará un cariño sin dobleces. 


domingo, 5 de diciembre de 2021

La curiosidad y la buena memoria...




Quizá haya que asumir que la sorpresa se apaga y la certeza, aburre a morir. Cuando se ha andado curioso por la vida y te vas dando cuenta que poco hay nuevo bajo el sol, la sorpresa se convierte en un vicio, es autocomplacencia disfrazada de libertad.  Es conquista, autoafirmación, egoísmo puro y duro. Dejarla es imposible, la hipocresía se disfraza de cinismo y nos vamos elevando sobre los demás sin importar el reguero de corazones y dignidades mutiladas a lo largo de nuestro camino. Para ser verdaderamente curioso, hay que ser brutalmente sincero, y no siempre se tiene ese valor, muchas veces, casi siempre, es mejor mentir y ocultar, que escondernos en no hacer daño a los demás mientras libamos lo que nos apetezca. Quizá haya que asumir que la belleza se escapa y entonces la curiosidad se acrecienta, se vuelve más descarada y desapegada. Quizá, haya que entender que, si a través de la vida no hemos saciado nuestros instintos, el vértigo de último momento tampoco lo hará. Quizá, simplemente haya que aceptar que el amor no existe, que solo existe el latir, la sangre bullendo, la inconsciencia, y claro, al final, la soledad. Ese es el costo. Karma le llaman. Consecuencia creo. Entonces ya se buscan asideros, pero todo mundo escapa a nuestra presencia, porque ya saben que vamos a saciarnos sin sentir ni la más mínima pena por el envés del corazón, por el surco que se deja: abierto y estéril. Cuando llega la soledad hay que tener buena memoria de cuando se fue curioso.


Ave Fénix...

 



Nadie sabe cuántas veces el Fénix ha intentado levantarse de sus cenizas, cuántas veces lo ha logrado, cuántas solo alcanza a revolcarse y quedarse tirado, cuántas, deja hasta las pezuñas para volar un día más. Renacer de las cenizas es una metáfora hermosa, pero a veces no alcanza la belleza de la figura, las cenizas se vuelven cemento endurecido con babas y llanto, otras, ahogan.  Las criaturas de fuego lo llenan todo con su fulgor e incandescencia, lo que no sabe el vulgo, es que cada vez que pavonea sus llamas, se consume a sí misma, aunque el momento sea mágico e incandescente, placentero, el clímax: si no hay qué alimente ese fuego permanentemente, hipócritamente recurrirá a lo de resurgir de las cenizas. Mejor sería ser luciérnaga, yesca, ocote, carbón, algo menos rocambolesco que garantice que siempre se encenderá el fuego, para un puchero, para calentarse el alma, para acercarle al corazón un poco de calor y que siga su marcha. Los que prefieran la extravagancia del Fénix, cuídense de tener público para que adore sus llamas y esté pendiente de su renacer de las cenizas, cuando no logren hacerlo, cuando no logren levantarse, el hambriento séquito del ave, pateará sus cenizas y buscarán otra llama donde derretirse las pupilas y comerse la carne del ave en llamas. 

Este trópico y su gente enamorada...

      Este trópico está lleno de gente enamorada desmemoriada un día subimos a las nubes sobre el mar y al día siguiente nos hacemos...