viernes, 27 de diciembre de 2013

Nueve días: PECK

PECK

 
 
 
“Ya todo terminó”, sentenciaba Esteba Danilo Santos Peck con su puño y letra, firme y claro, como fue su costumbre siempre; cada uno fuimos leyendo la sentencia, pasándonos de mano en mano el cuaderno donde la había escrito, uno a uno fuimos llorando silenciosamente alrededor de la cama de hospital donde nuestro padre llevaba nueve días de estar luchando obcecadamente contra la muerte.

La noche anterior, la batalla de Peck contra la muerte fue descomunal, al recordar esos momentos el orgullo me cimbra, pero vivirlo fue lastimero, humillante y hasta inhumano; el oxígeno que debía entrar por la nariz con el sistema que tenía puesto, se lo llevaba a la boca, en un intento de hacer más cierta la vida, más concreta, tragándosela, intentando a bocanadas comerse las amenazas de la muerte.  También tenía una mascarilla con la que intentaba duplicar lo básico para sobrevivir, pero ni por la boca ni por la nariz el oxígeno pasaba a la sangre, a los órganos, los pulmones habían muerto ya: él no.

Su mente, lucida hasta el último momento, analizaba, decidía, ordenaba, manipulaba, todo con un objetivo, no perder; aferrarse a la vida era la consecuencia, pero Peck fue así siempre, su acto reflejo era dar pelea, plantar cara, no darse por vencido ante nada: la muerte se topó con un tipo dispuesto a enfrentarla y probarla hasta los límites más extremos.  Su cuerpo, sus sistemas internos, sus órganos, a pesar de lo que la lógica pueda mandar, obedecían lo que Peck les exigía, fue solo hasta que descanso su mente que su cuerpo descanso.

El día que salió de su casa, alguien pidió orar, Peck dijo que sí “pero sin llorar”, claro está, todos lloraron.  Su último gesto para quienes llegaron a despedirlo fue el pulgar en alto, siempre positivo, siempre en pie de lucha; nueve días después la actitud era exactamente la misma, a pesar de ya no contar con su cuerpo.  La conclusión a la que llegó fue que su cuerpo se venció, él no.

Durante los últimos cuatro años la enfermedad fue avanzando aceleradamente, sus pulmones sufrían de fibrosis, lo que endurece y necrotiza de manera progresiva e irreversible el órgano, y el hallazgo fue completamente tarde.  Al hacer esfuerzos se ahogaba y al subir a la altura de la ciudad capital sentía que le costaba respirar, esto lo asociaba a la falta de condición física y el frío de la altura; ni una cosa ni otra, sus pulmones ya trabajaban solo con el 30% que no había sido afectada por la fibrosis.

El último año, ya con oxígeno permanentemente, el sufrimiento y la lucha era evidente, su esposa y su segundo hijo, sufrieron y lucharon igualmente, día a día.  Cada crisis y cada emergencia la asumió ese colectivo de tres, que no se separó ni un segundo, sirvió más que para vencer a la muerte, para fortalecer a los que acompañaban ejemplarmente al ejemplar luchador. 

Dieciséis horas después de anunciar su partida, partió.  La despedida fue apoteósica, salió de su casa alzado en hombros por marineros vestidos de impecable blanco, paró las operaciones de la empresa portuaria y la caravana fúnebre entró al recinto portuario, recorriendo los lugares por donde Peck se paseó dejando huella, máquinas de veinte metros de altura se alinearon e hicieron un arco para darle el último adiós, igualmente sus compañeros y compañeras de trabajo hicieron una valla aplaudiendo mientras decenas de camiones bocinaban estruendosamente. 

En el cementerio habló uno de sus compañeros marinos, hoy gobernador, un amigo entrañable, un primo que viajó gran distancia para estar presente, y el hijo que le acompañó siempre: palabras más palabras menos, todos dieron gracias por el ejemplo y la forma de dejar huella, todo hecho con franqueza, honor y pasión.


Al final, la familia de Peck se gozó la despedida y sintió un morboso orgullo.  Nueve días después ya todo había terminado, inició una etapa distinta para nuestra familia; ya veremos a dónde llegan nuestras naves, cuándo terminará todo para nosotros y si nuestros finales serán tan maravillosos como el de nuestro padre.  Descanse en paz Papá.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Maldita y bendita muerte




La muerte se acerca con sus olores y compases
burlándose de nuestros ritos y trances,
descargando sobre nuestras debilidades
culpas, dolores y faltantes.
Llega y no se va,
llega y se instala,
llega y el pleito se alarga, hasta que ella quiera.

Le muerte ronda nuestros pasos
en los fríos pasillos de un hospital
en los retorcidos pasillos de nuestra mente,
la traen a cucuche los médicos y enfermeras
se esconde detrás de las puertas a escuchar nuestras oraciones
hace que nos duela todo lo que pueda doler,
en silencio, espera.

Maldita seas muerte, bendita seas
por el dolor que nos causas
porque seguro es,
que acabarás con él.

Este trópico y su gente enamorada...

      Este trópico está lleno de gente enamorada desmemoriada un día subimos a las nubes sobre el mar y al día siguiente nos hacemos...