La concordia es cómoda, a veces hasta placentera, pero sobre todas las cosas segura. El asunto es cuando se torna en trinchera dentro de una guerra sin bando pero con armas, donde se dispara sin escrúpulos por el puro gusto de venganza o placer. Luego, termina el día, y se vuelve al equilibrio de los convencionalismos y se guardan los pertrechos ideológicos, perversiones, mentiras, (y el más sensible puede llegar a mencionar incluso, las traiciones). La noria sigue su marcha y es menester comportarse con quienes nos quieren y con quienes no, con quienes no es más sencillo, es solo un ademán, los otros, los que se sienten con derechos de la inmensidad de un ser humano, eso es imposible. Menos, si aquel bicho galáctico es irrepetible y no lleva en la sangre la maledicencia, sino la justicia, que se torna injusta pero dulcemente vengativa cuando toca a quienes le aman. En fin, la concordia será siempre el principio de la discordia: amando, produciendo bienes, sembrando en tierra ajena, siendo parte de un territorio en el que no se existe. Pero sobre todo, cuando se cree idiota a la contraparte que sabe que la guerra está puesta.
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