Da gusto ver a los patojos
disfrutando de elevar un barrilete, luchar y luchar al principio, correr,
lograr darle un poco de altura, un poco de viento, pita y listo, se encarama en
el cielo ese juguetito maravilloso.
Luego viene toda la aventura aeronáutica,
que si cabecea, que si la cola es muy pequeña, que si es muy larga, que si tiene
muy pocas varillas, que si está muy grande o pequeño; variables todas que hay
que resolver a puro jalón de hilo o resignarse llegado el momento a que se
venga al suelo.
Que sabroso cuando se termina el
hilo, te das cuenta que ya no puede subir más, que lo encumbraste al máximo,
recuperarlo intacto se vuelve el reto entonces.
Pero concentrémonos en el “cabeceo”,
parece ser que esto sucede cuando la cola del barrilete no es proporcional al
tamaño del mismo; inicia pegando jalones hacia los lados y queriendo bajar en
picada lateral. Si está muy alto, la
fuerza que se siente en el hilo es grande, quema a veces, y es toda una odisea
mantener estable al bichito volador.
Normalmente, si uno se da cuenta que la cosa es grave, es mejor bajarlo,
lo más rápido posible, para que no se baje solito en caída libre.
La vida a veces es así, parece
barrilete sin cola. Por más que le
jalemos al hilito y pensemos que tenemos contralada la situación, mejor sería
bajar la “flecuda” vida a ras de suelo y corregirle la cola.
Hay vidas y barriletes, de diferentes
diseños, colorido, tamaños. Los que son elevados para llamar la atención, los
que tienen como objetivo llegar más y más alto, los que van donde están los demás
barriletes, vidas, para compararse y salir deprimido o exaltado. Y están los
simples y sencillos, los que se concentran simplemente en volar: volar y disfrutar
en paz de la soledad del cielo.
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