Cuando uno se piensa que ya tiene
el arte dominado, aparecen sapos inesperados.
Sucede que a veces, por no saber de algo; un tema, una profesión, una
actividad profesional, pues uno va aprendiendo tragando sapos.
Dicho lo anterior, tenemos al
sapo inesperado; ese que se te aparece sin qué ni para qué, y te lo tenés que
tragar sin más, porque es tuyo, vos lo creaste, no te diste cuenta pero el
sapito es tuyo, así que pa´dentro. Luego
está el sapo sorprendido, es decir, te tragas el inesperado y haciendo cola
viene el sorprendido, eso es como tragarse a sí mismo, es decir: el sapo tiene
tu cara de perplejidad. Lo sigue el sapo
encachimbado, ese viene con cara de pocos amigos, echando rayos y centellas, enojado
por lo pendejo que pudo ser, por lo pendejo que parece, por lo pendeja que es
la vida.
Se necesita unos cuantos días
para digerir a esos tres, luego de devolver el estomago unas cuantas veces y
tener un nudo de piedra en el ceño, poco a poco vuelve la calma, otros sapos
aparecen.
Aparecen unos también inesperados
e impensados. A mí me apareció uno
pequeño, chimuelo, con los ojos brillantes, saltarín como el que más,
desbordante de alegría: encantador en suma.
A ese incluso yo tuve que atraparlo para poder tragármelo, y perseguirlo
fue la cosa más deliciosa y divertida.
El malestar en la panza por la triada de sapos anteriores, pasó a su
lugar, al retrete.
Ya cansados de correrías, mi
sapito y yo nos echamos a descansar, y juntos nos agasajamos con un sapote
multicolor, inmenso, se nos plantó justo enfrente, nos dejó callados y
procedimos a tragarlo lentamente, poco a poco, hasta que llegó el último de ese
día, el sapo estrellado: de ese hablaré otro día.
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