jueves, 20 de septiembre de 2012

Sapito chimuelo




Cuando uno se piensa que ya tiene el arte dominado, aparecen sapos inesperados.  Sucede que a veces, por no saber de algo; un tema, una profesión, una actividad profesional, pues uno va aprendiendo tragando sapos.

Dicho lo anterior, tenemos al sapo inesperado; ese que se te aparece sin qué ni para qué, y te lo tenés que tragar sin más, porque es tuyo, vos lo creaste, no te diste cuenta pero el sapito es tuyo, así que pa´dentro.  Luego está el sapo sorprendido, es decir, te tragas el inesperado y haciendo cola viene el sorprendido, eso es como tragarse a sí mismo, es decir: el sapo tiene tu cara de perplejidad.  Lo sigue el sapo encachimbado, ese viene con cara de pocos amigos, echando rayos y centellas, enojado por lo pendejo que pudo ser, por lo pendejo que parece, por lo pendeja que es la vida.

Se necesita unos cuantos días para digerir a esos tres, luego de devolver el estomago unas cuantas veces y tener un nudo de piedra en el ceño, poco a poco vuelve la calma, otros sapos aparecen.

Aparecen unos también inesperados e impensados.  A mí me apareció uno pequeño, chimuelo, con los ojos brillantes, saltarín como el que más, desbordante de alegría: encantador en suma.  A ese incluso yo tuve que atraparlo para poder tragármelo, y perseguirlo fue la cosa más deliciosa y divertida.  El malestar en la panza por la triada de sapos anteriores, pasó a su lugar, al retrete.

Ya cansados de correrías, mi sapito y yo nos echamos a descansar, y juntos nos agasajamos con un sapote multicolor, inmenso, se nos plantó justo enfrente, nos dejó callados y procedimos a tragarlo lentamente, poco a poco, hasta que llegó el último de ese día, el sapo estrellado: de ese hablaré otro día.

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