Desde siempre vi árbol de navidad
en casa, regalos y figuras de Santa en las tarjetas navideñas (que en aquellos
tiempos de mi niñez se mandaban por correo y servían para adornar), me acostumbré
a creer que era él quien me daba regalos; incluso llegué a quedarme despierto
hasta muy tarde queriéndolo ver al momento de llevar los regalos, fue entonces
cuando un día ya muy tarde, vi a mi madre envolviendo “blocks” de cemento y
trozos de madera con papel de regalo y poniéndoles el nombre de ella y el de mi
padre, luego, encima, puso mis regalos y los de mis hermanos.
Otra de tantas navidades vi salir
a Santa del mar, al fin dije, hoy le preguntaré por qué a mí sí me trae regalos
y a mis padres no. Se acercaba poco a
poco con una campanita y un costal, fue mágico ese momento, llegó hasta la
orilla donde un tumulto de niños lo esperábamos, bajó del guardacostas con su
traje rojo, hermoso, y su barba blanca maravillosa, sus botas negras altas y el
jo, jo, jo que me encantaba escuchar; luego de hacer una larga fila, cuando al
fin me dio mi regalo, esa vez recibido directamente de sus manos, yo estaba
loco de contento. Me recompuse un poco y
a punto de preguntarle lo de los regalos de mis padres noté algo familiar en
sus ojos, usted se dio cuenta y pidió rápidamente que otro niño pasara por su
obsequio; algo pasaba con sus ojos, yo lo conocía, ya no pregunté nada.
Más tarde ese mismo día, lo vi
descansando y claro, tomándose una coca cola, se encerró en una habitación
cercana al lugar donde los niños jugábamos con toda clase de juguetes
nuevos. Cansado ya de jugar, correr,
comer y ser feliz… fui al cuarto donde había entrado Santa, que dicho sea de
paso era una tiendita que mis papás administraban, fue cuando supe porque sus
ojos me eran familiares, entré sin más, sin la intención de descubrirlo, pero
lo encontré sin barba, sin la parte superior del traje: los dos nos quedamos
mirándonos en silencio, ese momento no lo olvidaré jamás. Sonrió y pasó a mi lado mesándome la
colochera, “ya estás grande, ahora ya sabés quién es Santa”. Corrí buscando a mi padre para contarle quién
era Santa, mi madre se dio cuenta del asunto y también sonrió diciéndome casi lo mismo “ya sos grande, ya
sabes quién es Santa”, mi padre se limitó a pedirme que no fuera a contarle a
los demás niños de mi descubrimiento.
Ha pasado mucho tiempo, y claro,
ahora le tengo un especial cariño a “Cobar”, el Santa de mi niñez, la última
vez que lo vi fue hace dos años, y aquel niño colocho que se deslumbró varios
años con él y su perfecta personificación, ahora le explicaba el cuadro de
salud de mi padre, su amigo, sus ojos almendrados se llenaron de lágrimas;
aclarada la situación y el desenlace, fue a visitar a mi padre y abrazo
profundamente a mi madre. Ese día que lloró al terminar de escucharme me dio
otro regalo: sensibilidad, humildad, cariño.
Gracias por regalarle a mis padres, siempre, su amistad.
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