Hoy fue un día de esos bizarros en los que uno viaja a través de otros, al pasado y a otros lugares, a la alegría por ejemplo. Escuché muchas historias, pero me quedo con las de Valdenovich y la del tipo que venía de Madagascar.
Resulta que hubo una vez una Revolución, con sus idealistas, tiros, muertes tragedias y todo; la gente salía exilada cuando entre el fusil enemigo y el propio pecho no quedaba más que una Embajada, y así fue que el Compa Valdez paró en Chile, y luego del golpe contra Allende, en Francia. Después, en tareas de la organización tubo que viajar a Rusia, donde se enamoró de una compañera y decidieron al buen tiempo casarse; pero bueno, tenía que tener autorización para ello y viajó a Inglaterra para que se la dieran, el responsable de la estructura en aquel país simplemente era un hijo de puta y lo mandó de vuelta a Guatemala, como quien dice "un deportado de la anti-revolución". En la selva de Petén vivió su militancia sancionado por quien sabe qué inconfesable falta y le tocaba que ir de correo entre líneas, sin arma, él pedía que lo fusilaran, pero su sanción era esa: jugarse la vida con las manos desnudas.
Sobrevivió y se fue a México, pasó el tiempo y en otras tareas se acompañó y procreó un hijo. En uno de sus periplos por Nicaragua aprovechó para ponerse en contacto con su ex soviético amor; resultó que de aquel idílico y maravilloso romance había un retoño, Valdenovich, soldado Ruso prestando si servicio en ultramar. Qué vida. Qué historia. El militar Ruso siempre esperó a su padre escuchando las heroicas historias revolucionarias de su padre, eso lo llevó a, según él, imitar a aquel revolucionario enroladose en el ejército rojo.
Madagascar, bueno, es el lugar de donde viene el tipo que me cuenta esta historia, el mismo que ofrece Acetamio como manjar para los ilusos. La diferencia es que esta vez vi sus ojitos llenos de lágrimas contenidas al sacarse los recuerdos del mismísimo corazón, ese que lo hace tan solidario y qierido; la historia de Valdenovich, la propia y la nuestra, pue eso, vienen de Madagascar.
Ya caminando, sonriendo y con el contento habitándome por completo, por si faltaba algo, veo entrar a un tipo con bastón caminando azarosamente por el pasaje Aycinena, con la mirada puesta en quién sabe qué; ojalá que el ex comandante que llega al lugar del que me voy, encuentre la misma paz, el mismo contento.
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