Lo correoso del cariño suele sucumbir a la ausencia:
lo que antes era portentoso músculo
capaz de acabar de una sola zasca con cualquier Dandi, se derrite,
fluye, se derrama en blanco y negro,
juega entre lo perverso y lo morboso. Sonríe,
y del calor sobre su cuerpo de agua, le nacen tormentas.
Ojalá la ausencia no fuese necesaria...
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