El mejor espectáculo del Universo no es una presentación de Les Luthiers, ni ir a ver Garrik de Tricicle, mucho menos el "Guatemorfosis" de Arjona. No es Dalí con toda su obra expuesta, no es
la Sagrada Familia, la Pedrera y el Parque Guell de Gaudí juntos, no es escuchar una lectura de García Márquez o Vallejo,
observar los antiquísimos tesoros de “El Mirador” en Petén, los museos de la
zona 13 o el Prado en Madrid.
El mejor espectáculo del universo no son las prosesiones
donde cargar tiene precio, a veces impagable, la
Ermita, Capuchinas y toda la belleza arquitectónica de la Antigua Guatemala. No es el jardín
botánico, ni el hombre poniendo un pie en la luna, o los dos. No es la vista de Gagarin desde el Espacio. No es una lluvia de estrellas o una estrella fugaz. No es la luna llena de octubre. No es el florecer impetuoso de la primavera
chapina. No fue la venida del Papa Juan
Pablo II.
El mejor espectáculo del mundo no es el Madrid contra el
Barca, no son las tetas de la Jolie. No
es el Guadalquivir y su torre del oro, no es el Malecón de la Habana, no es
Bellas Artes del D.F., no son los panes con shunto de San Salvador.
El mejor espectáculo del mundo es mi hijo cuando sonríe,
cuando me ve y sonríe, cuando balbucea quien sabe qué pero suena a ternura
pura, es la escena escatológica de limpiarle el culito, es verlo chapotear en
el agua, es verlo dormir en paz. Es ver a su madre acunándolo y besándolo con
todo el amor que existe.
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