De un carácter malhumorado, sin
dos dientes de enfrente, veleidosa, independiente y una “melcocha” cuando le
daba su real gana, así era mi perra favorita.
Recuerdo preguntar por ella en el
lugar que se mantenía, porque claro, era una perra de la calle, de ahí toda su
rabia contenida; “pues esa es una golillera dijo alguien, un día le dieron un
leñazo que le botó dos dientes, no se puede uno ni acercar, ja, cosa seria es”. Acto seguido la levanté en brazos y me miraba
incrédula como diciéndome, te voy a morder no seas pendejo, y desde ese día se
integró a la familia. Llevaba las
cebollas de las patas en carne viva, de tanto ir y venir por la carretera
buscando comida, en los huesos, parecía un esqueleto forrado, efectivamente no
tenía dos dientes de enfrente, comía de ladito, despacito y echada.
Al principio no entendía el
porqué de las paredes que la rodeaban, se la pasaba rondando, buscando un
flanco débil para escapar, y lo encontró, y se escapó, y oh sorpresa,
volvió. Luego de un tiempo al dejar
abierta la puerta, apenas se asomaba, ella tomó posesión del patio y vivió
reinando tranquilamente. No le gustaban
las tormentas, hacía “cavernas” para esconderse cuando había una tormenta, no
era de andar jugando con los otros perros o con nosotros, simplemente se
alejaba a estar tranquila en otro rincón.
La primera vez que la bañamos, la
“despulgada”, vacunarla, hacer que no gruñera cuando te acercabas a su comida,
todo fue una experiencia divertida, peligrosa y amorosa. Y así se convirtió en una perra fuerte,
tranquila, amorosa y sobre todo, celosa de su casa y de la gente que la quería.
Asumió a dentellada limpia la jefatura de la manada, y la guiaba a la hora de
cuidar o defender, humanos o territorio.
De cuando en cuando se acercaba para que uno la acariciara, al final de
los tiempos aprendió a jugar, era feliz.
Gracias por todo lo que nos diste
Mayita, siempre serás mi perra favorita.
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