Aunque pasen
por ahí seres sin vida y color, aunque algunos lo pinten de colores estúpidos;
Petén sigue siendo un lugar lleno de vida, que enciende corazones, alberga
hermosas humanidades y recuerdos de algunos hermanos que no dejan de ser
heroicos. Que no se acabe tu verde, tus mares de luciérnagas, tus saraguates y
guacamayas, tus violentas tempestades; que no se acaben tus caminos que llevan
a lo sorprendente, tus joyas derretidas, tus ríos subterráneos, tu zorros, tus
jaguares; que no se acabe tu agreste encanto, tu silencio, tu paz, tus loros y
pericas; que no se acabe lo que te arranca de las entrañas el campesino, el
campesino que no se acabe, que podamos vivir con vos y en vos.
Petén de mis
amores, insisto, enamoras. Enamoras cuando
no hay filtro entre tu cielo inmaculadamente estrellado y nuestra pequeñez que
todo te lo destruye, enamoras con tus letrinas que son menos dañinas que la
mierda en tus ríos, enamoras con tu caldo de pata en pleno medio día curando la
goma del día anterior. Enamoras cuando
despiertas llena de gorjeos, pitiditos, aleteos y bienvenidas guturales a la
nueva batalla por un rincón sin política, marketing, o desarrollo. Enamoras cuando me miras con esos ojos de
tizón encendido, calladito y en la oscuridad.
Recorrerte
sigue siendo mágico, bajo tu techo de ramas y verde, trochas, trocopases y demás
posibilidades de meterse en tus entrañas y gozarte, gozar tu sabia, tus
escobos, tu palmito, tus jutes. Recorrerte
sinuosamente en el Usumacinta hasta llegar al “raudal”, pasar el susto y seguir
hasta Piedras Negras. Recorrerte con un
enjambre de zancudos hambrientos detrás, perderse y preguntarle a tus bejucos
el camino correcto, recorrerte y descansar al pie de un ceibo imponente y maravillosamente
añejo.
Aunque vuelva, siempre te extrañaré. Lástima que los
dioses del trueno y la pólvora ya no te guardan, iré cuantas veces pueda
en busca de la paz que me das.
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