Ya quisiera yo explotar así y que a pesar del susto fuera
belleza y asombro lo que los demás notan, o por lo menos tener mi fumarola
visible sin que nadie juzgue el fuego que llevo dentro. Pobres los que no
alcanzan a llevar ni siquiera una chispa en sus frívolas entrañas.
Mis cenizas no llegarán lejos sin el soplido de las bocas de
otros millones de volcanes. Sin su fuego
y su lava, sin su belleza y estruendo; solo queda un eructo, un regurgito ácido y ruidoso: sin susto ni belleza.
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