Naufragar no siempre es malo. Desentenderse un poco, sin drama, sin prisa,
dejando que todo siga su marcha; el mundo no se detiene porque nos bajemos
mientras gira. Naufragar y dejar que se
hunda el barco, observando lo inexorable, escuchar como bufa hasta el último
momento; dejarlo ir, sabiendo que todo lo que nos garantizaba la vida se hunde
también: quedarnos solos, en medio de la inmensidad y en silencio. Lo que sigue es una sensación de paz.
Cuando decidamos regresar a la realidad, el mundo seguirá en
el mismo lugar…
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