Que cansado y patético puede
percibirse el estarse quejando todo el tiempo, pero este ejercicio de describir
la realidad diaria del país es una suerte de letanía quejosa. Hoy escuché 3 disparos a mi lado, secos, pausados,
hasta pareciera que no había prisa por hacerlos, los dueños de la muerte
estaban seguros de lo que hacían, de su entorno y del resultado que tendría su
acción.
En ese lapso de tres disparos
pasó de todo, alguien murió, alguien ejecutó, las personas que se transportaban
en el bus salían por la puerta de atrás, mujeres abrazando niños, hombres
trastrabillando y dejando mochilas tiradas, jóvenes estudiantes corriendo
agazapados y con los libros sobre la cabeza.
Los que íbamos pasando como acto reflejo encogemos el cuello y nos
agachamos lo necesario para dis que protegernos y no perder el control del
vehículo, al tiempo que se acelera y se observa todo lo que pasa
alrededor. El miedo es a una bala
perdida, a atropellar a alguien que escapa, a chocar con otro vehículo, y el
peor miedo de todos: vencer la cobardía y dejar solo de observar y escapar.
Mientras se denuncian entre sí
los que deberían cuidar por la justicia, por el ejercicio limpio y claro de la
democracia; mientras cada quien trata de embarrar de mierda a otro y salir níveo
en el intento; mientras cuentan sus centavos, “victorias”, poder e influencias;
mientras lucran con la muerte extendiendo factura, mientras enferman y no
informan, mientras todo eso sucede, los guatemaltecos mueren. Hasta cuándo país, hasta cuándo. La decadencia avanza sobre las ruedas de la
barbarie que nos aplasta a todos.
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