El árbol va
creciendo aún sin la luz que creo le serviría para ser fuerte, va, a veces
cerca otras, sin conciencia del pudridero que le rodea, feliz de tanto amor
(genuino o no), pero va; se pinta las hojas de verde y abraza a los pichones,
trae ese toque que las estrellas nos metieron en la sangre en quien sabe que
planeta y dimensión. Si estás triste o mal, abrázame dice, yo soy un árbol y
cuando abrazas un árbol te sientes mejor: se tumba sobre mí y nos quedamos
amarrados un rato, y sí, uno se siente mejor.
Luego pregunta, de
dónde vienen los abrazos, y le respondo que seguro tiene que ver con el primer
momento de la vida, ese en que salimos desnudos e indefensos y unas manos
delicadas nos toman y cobijan, nos ponen al lado de nuestros padres y pues, nos
abrazan, para protegernos, para decirnos con la piel y el cuerpo, que nos aman,
y entonces, cada vez que quieren demostrarnos amor, nos abrazan; así aprendemos
a abrazar y transmitir lo que llevamos por dentro a quien amamos, sea poco o
mucho, en suma, es puro y verdadero. Ah, por eso me gustan los abrazos y que me
abraces y por eso te curo y me curas.
Pues eso creo.
Luego están las palabras. Si te abrazo y digo que te amo, (interrumpe) “es
maravilloso”, sí, lo es. Te amo. “Y yo a ti”.
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