lunes, 23 de abril de 2012

Con los libros aprendés a que lo que digas de vos lo decís de los demás...




Los libros, los libros, los abrís y nunca más volvés a ser el mismo.

El amor por ellos es como todos los amores, al principio, los primeros libros, causan emoción, placer, ansiedad, luego te vas curtiendo un poco y te volvés más selectivo, las explosiones dentro tuyo al leer, son controladas.  Al final, ya es un acto elegante, desprovisto de pueriles deseos, con paciencia y sencillez; se camina, se llega a las entrañas de cada historia, de cada personaje.  Hasta se disfruta regresar unas cuantas páginas para releer un vericueto, no es preciso terminar rápido, mejor si no termina.  Las últimas hojas van despacio, lento, casi estirando cada párrafo, cada página.

Hay personajes que nos acompañaran siempre, de cuando en cuando los vemos por la calle y sonreímos tontamente, solo nosotros sabemos que acabamos ver al mismísimo Harry de Hesse, siendo distinto, encontrando puertas extrañas, puertas que nos llevan a teatros mágicos, puertas que nos hacen dejar tras nosotros “este teatro trágico que es la patria”.

Otras, el viejo Santiago se nos planta despacito frente a nuestros minúsculos problemas, y nos damos cuenta que es bueno tener “suerte”, pero lo mejor es estar preparado.  Habrá estado preparado Hemingway en esa hora mortalmente suya, solo él lo supo.

Y qué decir de los hombres grises de Michel Ende, que envida de Momo, tanta falta que nos hace por estos días su inocencia y su sencilla manera de hacer que nos entendamos, su sencilla manera de “escuchar”.  O deplano mejor recurrimos a Nietzche y empezamos de una buena vez a vivir sin miedo, sin Dios, en paz.

El puño de Dios no existió, pero igual se invadió Irak.  Esta vez los “Chacales” de Forsyth fulminaron a su objetivo.

Valentín Trueba ya no vaga por el Petén, pero de cuando en cuando se ve a un compa que se le parece y cuenta historias de lagartos, inundaciones y leones peteneros.  Otto René nos grita a la cara en cada pie descalzo, en cada actitud servil inoculada en la sangre de nuestros hermanos.

Con los libros aprendés a que lo que digas de vos lo decís de los demás, porque ellos tienen lo que vos y cada átomo de nuestro cuerpo es de todos también, así lo dice Whitman y según yo no se equivocó.  En fin, los libros, los libros, los abrís y nunca volvés a ser el mismo.

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