"Esto es un asalto señores, saquen
todos sus celulares y billeteras". "Veinte
pesos vieja serota (cachazo en la cabeza), te querés morir por un celular
hijuelagranputa ("cerrojando" la 9 milímetros)". Esto sucedió ayer a 20 personas en un comedor
muy sencillo, de esos que uno busca porque el almuerzo es más barato, los
comensales vestían de oficinistas asalariados, ropas sencillas, uniformes de
empresas y demás atuendos básicos. Los
celulares sobre las mesas no eran iPhones, las billeteras a estas alturas del
mes ya estaban flacas, pero igual les tocó vivir un momento más de la cotidiana
violencia, impunidad y salvajismo de este bello y horrendo país.
No puedo más que sumar rabia.
Tres tipos, uno comiendo, otro
parado entre las mesas y el último parado en la puerta; no fue una cosa
improvisada. El operativo debe estar
bien planificado, con vigilancia, información, planificación de salidas, apoyo
vehicular, etc. Lo único que planifica
un oficinista al salir a almorzar, son los poco más de 15 pesos que se puede
gastar para el almuerzo, y la ruta para ir y venir de su trabajo. Saciar el hambre, recobrar energía, volver a
la faena, eso ya ni se planifica, se hace de manera rutinaria. En cambio, estos gamberros, sin obligaciones,
sin responsabilidades, sin aporte, sesudamente han de estudiar el teatro de
operaciones, a sus víctimas, la logística, la seguridad, la zona. Pareciera, pero solo es “percepción”, que del
otro lado no se hace lo mismo…
No puedo más que sumar rabia.
La gente se levantó, algunos ya
habían comido a otros se les fue el hambre detrás de los mañosos, el hambre de
venganza, de justicia, hasta de catarsis; regresaron a sus trabajos a contar la
“anécdota” “puta serote, no vez que nos huevearon pues, tres pisados, bien
vestidos, ja, nos desplumaron, que metida de verga, yo acababa de comprar esa
mierda de celular, ala que huevos, hora sí que me trabaron”. “No ve pues chula que unos tipos, ay que
susto, nos robaron en el comedor, en el que está allí abajito, el sotanito ese,
a una pobre señora le dieron un gran cuentazo en la cabeza, y los policías ahí
cerca usted, para mí que están apalabrados”.
“Jóvenes, les aviso que hay una nueva modalidad de robo en los
alrededores, en los comedores, un tipo se pone en la puerta, dos más que están
comiendo en una mesa se encargan de asaltar a la gente, tengan cuidado, a mí me
pasó ayer”. Y siguen las historias de un mismo hecho,
ninguna va más allá de la catarsis y del compartir con los demás que tengan
cuidado; es decir, damos por sentado que seguirá ocurriendo y que no podemos
hacer nada.
No puedo más que sumar rabia.
Llámenme pesimista si quieren,
pero insisto una y mil veces: “estamos pasando de la barbarie a la decadencia
sin pasar por la civilización”, tres o cuatro años tengo de repetir esto, y no
hay gobierno, organización social, pensador, cacique, periodista, obispo,
futbolista, cantante, ministro, pastor, columnista, selección, medallista,
chafa, subversivo, oligarca, retrogrado recalcitrante de derecha,
fundamentalista fosilizado de izquierda, erudito no orgánico, analista, rector,
diputado, bancada, junta directiva, corte, policía, ministro, fuerza de tarea,
chonte en moto o bicicleta, patrulla conjunta, alcalde, artista, macho ibérico “autoimportado”,
macho pistolero, ni nadie, que hasta
ahora haya logrado siquiera decir cómo combatir la violencia de manera seria y
empática, no digamos hacer algo lo suficientemente significativo para la
percepción y la realidad que vivimos todos los jodidos días.
No puedo más que sumar rabia.