martes, 2 de septiembre de 2014

CON EL PITO AL AIRE






Hoy cumpliría años mi padre, la distancia real y emocional solo daba para una llamada, hoy no lo puedo llamar.  Muchas cosas pasaron en 42 años, muchas.  Al final no se valen las quejas y uno escoge la felicidad o la amargura, las lecciones aprendidas enseñan procurar la primera y destilar la segunda.

Recuerdo cuando me enseñó a nadar, tenía apenas 3 años, como los que tiene mi hijo hoy.  Sin querer me dio el regalo más grande, bello y maravilloso que nunca nadie me haya dado, “la Poza Azul”; para ese entonces era verdaderamente azul, de agua fría y cristalina.  Vas a nadar me dijo, se metió conmigo, me tomo por debajo de los sobacos y me empujo, no sabía qué hacer, estaba emocionado pero tragar agua fue inevitable, me sacó a flote y vuelta a empezar, un par de palmaditas en la espalda y otro empujón, una y otra vez hasta que no tragué agua y aprendí a flotar, luego de eso no hubo quien me sacara de esa esmeralda derretida.

Mi mamá me escondía la ropa para que no pasara todo el día metido en el agua, no era problema para mí, me iba desnudo, y sin ningún tipo de pudor pasaba tranquilamente chapoteando con ese tanate de amigos que descubrí en mis zambullidas; machacas, mojarras, camarones, cangrejos, dormilones, era feliz, muy feliz con el pito al aire, sin preocupaciones ni conciencia del mundo real, solo del mundo mágico donde jugaba, nadaba y era el amo y señor.

Pasaron años antes que alguien me dijera que si no me daba vergüenza andar desnudo, y entonces fue que conocí la vergüenza, pasaron años antes de que el chapoteo pasara a competencia feroz, años para dejar abandonado mi juguete preferido y tener que crecer.

Ahora tengo 43 y estoy nadando nuevamente, sin competir con nadie, sin peces ni crustáceos, pero la sensación de felicidad sigue presente, ahora rebozada con el recuerdo de mi padre cada vez que me meto al agua.  Gracias por enseñarme a nadar Papá, feliz cumpleaños.

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