Esta sociedad se mueve en los extremos insufribles del maniqueísmo, sin caleidoscopios de ideas, sin tonalidades, sin profundidad, sin riqueza: se mueve entre lo malo y lo bueno. Cualquier nicho espiritual, político, económico, ideológico, tiene el maniqueísmo de lo bueno y lo malo como base fundamentalista de sus ideas, opiniones y acciones.
Es difícil pensar a Guatebala
como Guatemala sin trascender esto, en lugar del bueno y el malo, pensar en el
Chapín; que acepte su genealogía e historia, que somos violentos por herencia,
que somos en buena medida corruptos, que la cosa no cambia a menos que la
cambiemos, que cada quien puede creer en lo que quiera sin querer conquistar
para sus huestes a los demás, y menos aniquilar económica y políticamente a
aquellos que no doblan sus rodillas frente al dios que otros han escogido.
El esfuerzo civilizatorio de la
construcción del Chapín debió empezar hace más de 500 años, cuánto más lo
postergaremos. Cuáles son los rasgos
distintivos del Chapín: ¿la violencia, el machismo, la exclusión social, la
concentración, el racismo, la corrupción, el fundamentalismo religioso? La
respuesta inmediata es no, la respuesta sensata asusta. ¿Qué es lo que define
el pensamiento del Chapín? ¿Es la hipocresía el modo de comportamiento que nos
diferencia? ¿Qué valores privilegiamos en los diferentes espacios de
socialización? ¿Es distinta la cultura de unos y otros, gobernantes y
gobernados, políticos y ciudadanía: Los buenos siempre somos los de abajo y los
malos los de arriba? Otra vez la respuesta asusta. Lo cultural nos atraviesa a
todos, no hay buenos ni malos, solo Chapines a medio hacer…
Muchos de los males que nos
aquejan y de los que nos quejamos cotidianamente, tienen como fundamento
nuestra falta de identidad cultural, entendida esta en su más amplio espectro.
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