Una señora mayor empuja la silla de ruedas de otra más grande aún, la que empuja tiene un semblante blanquecino, de esos que solo sobresalen en las sombras pero no a la luz de la calle. La que va en la silla de ruedas raya en lo mortecino ya, su tez es pálida, como si su sangre estuviera tan cansada como ella, se hubiera detenido y no corriera más por su cuerpo hecho pasa.
La que va sobre sus piernas, discute con un taxista sobre cómo entrar montura y jinete, el taxista plantea soluciones prácticas, la una al baúl, la otra al asiento de atrás. Las manos huesudas aprietan los mangos con rabia y la placa, ya desgastada y fuera de lugar, imprime dramatismo en las palabras y labios de la anciana.
La que va sobre sus posaderas, ya no está, yace sin control de sus extremidades, de su cuello, de sus funciones corporales. Sus ojos se mueven vertiginosamente cuando las palabras suben de tono y se quedan quietos cuando las pequeñas escaramuzas a su alrededor se apagan.
Mientras tanto, un tipo moreno, más bien prieto de tanto sol, viene caminando en dirección hacia el lugar donde se desarrollan las negociaciones entre taxista y septuagenaria, trae puesta una gorra que alguna vez fue blanca, una camisa gastada y unos pantalones de lona. Hace frío y lleva las manos entre las bolsas, desde lejos observa el cuadro de las dos señoras, no pone atención al taxista, que a todo esto ya se ha marchado, y cuando pasa justo al lado, saca su mano derecha de la bolsa y arroja tímidamente una moneda sobre el regazo de la señora en la silla de ruedas.
La que está de pie lo ve con odio mientras la moneda rebota en la mantita que cubre las piernas de la que está sentada, el tipo prieto trata de decir algo con la mirada pero es reprimido por unos ojos encendidos en dolor, impotencia y frustración. El hombre hace ademán de saludo sobre la marcha inclinando un tanto la cabeza y los hombros, sigue su camino, mientras la moneda se ha quedado quieta. Pronto lo hará la señora que está de pie, la otra, ya no mueve los ojos.
El pueblo en su profunda humildad, es sencillo y muy humano, da lo que tiene, no lo que le sobra. Y por si fuera poco, no mira a quién. Lástima que algunas viejas y viejos hoy jóvenes, se aprovechen de esa nobleza.
Comparto ese sentir, no damos lo que nos sobra damos de lo que nos falta, excelente Blog, felicidades y adelante, te invito a seguir el mio también, www.historiasparejas.blogspot.com
ResponderEliminarSí vos, qué cierto. Saludos.
ResponderEliminar