martes, 16 de agosto de 2016

Síndrome del colmoyote



Carmelo se levanta como siempre, con la cabeza puesta en el trabajo y en que lo que éste le rinde no le alcanza, tiene la sensación de estar alimentando más bocas de las que ama.  Josefa camina a la parada de bus con la sonrisa de su hija reforzándole positivamente las ideas, aunque sepa que por mucho que limpie y barra lo que recibirá a duras penas los mantendrá con la panza tranquila.  Al Igual que José, oficinista; Annelise, locutora; Raymundo, taxista; Elpidio, María José, Andrés, Ricky, el Bryan, Fabiola, Benji, y muchos, pero muchos en Guatemala sienten que están dando de comer a larvas que han sido depositadas dentro de ellos sin que se dieran cuenta.  No hay descanso, los abandonan cuando vorazmente han tomado todo lo que han necesitado para surgir a la vida; e inmediatamente les inoculan otra.

Estamos llenos de colmoyotes por todo el cuerpo, todos los días, durante los siglos de los siglos, y hasta pareciera que al final decimos “amén”.  No basta con sacarse el gusano para que no se siga alimentando de nuestra carne, o darnos cuenta a tiempo y evitar que nos preñen con su anti-vida; es necesario perseguir a la mosca que produce la cadena que nos deja como alimento de su heredad, como sangre a ser cosechada.


Trabajar y entregarse por completo sin ni siquiera sentir un ápice de progreso y al contrario incubar en nuestra propia carne el atraso, eso se llama el síndrome del colmoyote.

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