Carmelo se levanta como siempre,
con la cabeza puesta en el trabajo y en que lo que éste le rinde no le alcanza, tiene
la sensación de estar alimentando más bocas de las que ama. Josefa camina a la parada de bus con la
sonrisa de su hija reforzándole positivamente las ideas, aunque sepa que por
mucho que limpie y barra lo que recibirá a duras penas los mantendrá con la
panza tranquila. Al Igual que José,
oficinista; Annelise, locutora; Raymundo, taxista; Elpidio, María José, Andrés,
Ricky, el Bryan, Fabiola, Benji, y muchos, pero muchos en Guatemala sienten que
están dando de comer a larvas que han sido depositadas dentro de ellos sin que se
dieran cuenta. No hay descanso, los abandonan
cuando vorazmente han tomado todo lo que han necesitado para surgir a la vida; e
inmediatamente les inoculan otra.
Estamos llenos de colmoyotes por
todo el cuerpo, todos los días, durante los siglos de los siglos, y hasta
pareciera que al final decimos “amén”.
No basta con sacarse el gusano para que no se siga alimentando de
nuestra carne, o darnos cuenta a tiempo y evitar que nos preñen con su anti-vida;
es necesario perseguir a la mosca que produce la cadena que nos deja como
alimento de su heredad, como sangre a ser cosechada.
Trabajar y entregarse por
completo sin ni siquiera sentir un ápice de progreso y al contrario incubar en
nuestra propia carne el atraso, eso se llama el síndrome del colmoyote.
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