A Guatemala se le ha venido apagando la libertad y la independencia que los aparatos ideológicos del Estado han mantenido a fuerza de rifle y espada militar para hacernos creer en un falso patriotismo lleno de símbolos que se han convertido en nuestra peor cárcel y condena.
Esta esencia nuestra, que a veces
se olvida, nos tiene hoy aquí. Han
pasado años y centurias, “linajes”, resistencia, obcecación y penurias;
vándalos, adelantados, advenedizos, caciques prefabricados y “guatemalidades” espurias. Todavía truenan los tambores en septiembre y
los vividores pasan de casa presidencial a la cueva donde se ha fabricado la
opulencia vergonzante de unos y el rapiñar insultante de otros, y para las
mayorías: penurias. Mientras ellos,
“padres de la patria” se creen cristos, nosotros recurrimos a la resistencia de
la semilla guardada con cariño, el mejor grano, el más fuerte; del que brotamos,
aunque no llueva, el que nos hace sobrevivir a dormilones, crápulas y nepotistas
que con sus desvergüenzas les ponen a estas cadenas, más eslabones.
Nos viene de dos hermanos,
astutos, rebeldes; de una abuela feroz, de ensayar una y otra vez hasta dar con
nosotros. Somos barro y se nos nota en la
piel y en cómo nos dejamos moldear sin perder precisamente nuestra
esencia. Hoy vasija, mañana adobe, hoy
tierra que nutre, mañana casa que alberga.
Somos, sí, puerta hacia adentro y abrazo apretado, silencio, hombres y
mujeres observando cielos nocturnos y construyendo lo que después vendrán a estudiar
y admirar mientras pasan frente a nuestra obra más grande sin darse cuenta:
esta sangre “manchada” alegremente con tres continentes.
Queda un rescoldo de leños a medio
quemar, ni son braza ni leño; molestan, y cuando los creés apagados queman, y
cuando los creés encendidos solo hacen humo. Se esconden tras la pólvora y no
dejan el oficio de pistoleros que les dieron los gachupines, cuidan lo de otros
y birlan lo propio llamándole peaje: después con grado, boina y fusil; fundaron
la línea, institucionalizaron el robo y ni su patrón ni nosotros nos salvamos
de su ladronismo vil.
Vamos a sus misas y sus cultos, a
sus marchas y discursos. Pasamos de
episcopales barrigas con escapulario, al diezmo implacable de los engominados
pastores, cambiamos culto por hostiario. Callados, sin que entiendan lo que
dicen nuestros ojos y silencio, vamos despacio, como solemos ir; caminando y
caminando, llegando más lejos que cualquiera y dejando en el camino a los que
vinieron a salvarnos. Falta una montaña,
una vuelta, un camino, falta; pero hemos avanzado sin cansarnos. Celebramos su septiembre con los desfiles
militares de ayer y la ruidosa aculturación de ahora; juramos a su bandera de
rifles cruzados, sables y laureles: al pharomachrus mocinno su libertad e
independencia le huelen a mazmorra y mentira cobarde.
Queda nuestra esencia, terca,
desconfiada, desconocida aún en este siglo.
Nuestra vocación de sembrar y sobrevivir a todo. Quedan intentos nuevos
y lágrimas de contento que se emocionan con un cogollo. El horizonte ignorado por la ceguera, por el
ruido de las cabezas parlantes y los que encontraron gallardía en hacernos la
guerra.
Nuestra estrategia funcionó: aquí estamos construyendo un futuro de razas y sangres mezcladas donde quepamos todos y no solo traidores y sus mercedes aduladas.
Nuestra estrategia funcionó: aquí estamos construyendo un futuro de razas y sangres mezcladas donde quepamos todos y no solo traidores y sus mercedes aduladas.
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