Mis plantas solo pisan y avanzan, no sé qué me queda
delante, embebido y casi embriagado con mis propios pensamientos, llevo una
mirada salina y aguada, los dolores me estorban, no me funciona la sien: no sé
qué será del mundo hoy, ojalá quede algo de mí para cuando vuelva; me da miedo
la heredad que no se desea y se posee, que viene, que se escurre hasta el
centro mismo de tu ser, la que no quieres y es tan tuya como la sangre misma;
el silencio y la amargura llenan todos los vacíos, me dan miedo mis demonios y amo
el fuego que desatan.
viernes, 7 de febrero de 2014
lunes, 3 de febrero de 2014
Silencios, vacíos y demonios
Mis plantas solo pisan y avanzan, no sé qué me queda
delante, embebido y casi embriagado con mis propios pensamientos, llevo una
mirada salina y aguada, los dolores me estorban, no me funciona la sien: no sé
qué será del mundo hoy, ojalá quede algo de mí para cuando vuelva; me da miedo
la heredad que no se desea y se posee, que viene, que se escurre hasta el
centro mismo de tu ser, la que no quieres y es tan tuya como la sangre misma;
el silencio y la amargura llenan todos vacíos, me dan miedo mis demonios y amo
el fuego que desatan. Lástima que la mierda no sirve para pagar deudas.
lunes, 6 de enero de 2014
Velación
Un día cualquiera
con lluvia, calor y
sudor
se transformó en un
momento hinchado de llanto
zompopos devorando las
coronas
y un tumulto de gente
temiéndole a la muerte.
PECKAMO
En lontananza
alguien brilla
suavemente,
aquí
al lado de mi pecho,
alguien me enciende
furiosamente la ternura.
Gracias Kamilo.
viernes, 27 de diciembre de 2013
Nueve días: PECK
PECK
“Ya todo terminó”, sentenciaba
Esteba Danilo Santos Peck con su puño y letra, firme y claro, como fue su
costumbre siempre; cada uno fuimos leyendo la sentencia, pasándonos de mano en
mano el cuaderno donde la había escrito, uno a uno fuimos llorando silenciosamente
alrededor de la cama de hospital donde nuestro padre llevaba nueve días de estar
luchando obcecadamente contra la muerte.
La noche anterior, la batalla de
Peck contra la muerte fue descomunal, al recordar esos momentos el orgullo me cimbra,
pero vivirlo fue lastimero, humillante y hasta inhumano; el oxígeno que debía entrar
por la nariz con el sistema que tenía puesto, se lo llevaba a la boca, en un
intento de hacer más cierta la vida, más concreta, tragándosela, intentando a
bocanadas comerse las amenazas de la muerte.
También tenía una mascarilla con la que intentaba duplicar lo básico
para sobrevivir, pero ni por la boca ni por la nariz el oxígeno pasaba a la
sangre, a los órganos, los pulmones habían muerto ya: él no.
Su mente, lucida hasta el último
momento, analizaba, decidía, ordenaba, manipulaba, todo con un objetivo, no
perder; aferrarse a la vida era la consecuencia, pero Peck fue así siempre, su
acto reflejo era dar pelea, plantar cara, no darse por vencido ante nada: la
muerte se topó con un tipo dispuesto a enfrentarla y probarla hasta los límites
más extremos. Su cuerpo, sus sistemas
internos, sus órganos, a pesar de lo que la lógica pueda mandar, obedecían lo
que Peck les exigía, fue solo hasta que descanso su mente que su cuerpo
descanso.
El día que salió de su casa,
alguien pidió orar, Peck dijo que sí “pero sin llorar”, claro está, todos
lloraron. Su último gesto para quienes
llegaron a despedirlo fue el pulgar en alto, siempre positivo, siempre en pie
de lucha; nueve días después la actitud era exactamente la misma, a pesar de ya
no contar con su cuerpo. La conclusión a
la que llegó fue que su cuerpo se venció, él no.
Durante los últimos cuatro años
la enfermedad fue avanzando aceleradamente, sus pulmones sufrían de fibrosis,
lo que endurece y necrotiza de manera progresiva e irreversible el órgano, y el
hallazgo fue completamente tarde. Al
hacer esfuerzos se ahogaba y al subir a la altura de la ciudad capital sentía
que le costaba respirar, esto lo asociaba a la falta de condición física y el
frío de la altura; ni una cosa ni otra, sus pulmones ya trabajaban solo con el
30% que no había sido afectada por la fibrosis.
El último año, ya con oxígeno
permanentemente, el sufrimiento y la lucha era evidente, su esposa y su segundo
hijo, sufrieron y lucharon igualmente, día a día. Cada crisis y cada emergencia la asumió ese
colectivo de tres, que no se separó ni un segundo, sirvió más que para vencer a
la muerte, para fortalecer a los que acompañaban ejemplarmente al ejemplar
luchador.
Dieciséis horas después de anunciar
su partida, partió. La despedida fue
apoteósica, salió de su casa alzado en hombros por marineros vestidos de
impecable blanco, paró las operaciones de la empresa portuaria y la caravana fúnebre
entró al recinto portuario, recorriendo los lugares por donde Peck se paseó
dejando huella, máquinas de veinte metros de altura se alinearon e hicieron un
arco para darle el último adiós, igualmente sus compañeros y compañeras de trabajo
hicieron una valla aplaudiendo mientras decenas de camiones bocinaban
estruendosamente.
En el cementerio habló
uno de sus compañeros marinos, hoy gobernador, un amigo entrañable, un primo
que viajó gran distancia para estar presente, y el hijo que le acompañó
siempre: palabras más palabras menos, todos dieron gracias por el ejemplo y la
forma de dejar huella, todo hecho con franqueza, honor y pasión.
Al final, la familia de Peck se
gozó la despedida y sintió un morboso orgullo.
Nueve días después ya todo había terminado, inició una etapa distinta
para nuestra familia; ya veremos a dónde llegan nuestras naves, cuándo
terminará todo para nosotros y si nuestros finales serán tan maravillosos como
el de nuestro padre. Descanse en paz
Papá.
lunes, 9 de diciembre de 2013
Maldita y bendita muerte
La muerte se acerca con sus olores y compases
burlándose de nuestros ritos y trances,
descargando sobre nuestras debilidades
culpas, dolores y faltantes.
Llega y no se va,
llega y se instala,
llega y el pleito se alarga, hasta que ella quiera.
Le muerte ronda nuestros pasos
en los fríos pasillos de un hospital
en los retorcidos pasillos de nuestra mente,
la traen a cucuche los médicos y enfermeras
se esconde detrás de las puertas a escuchar nuestras oraciones
hace que nos duela todo lo que pueda doler,
en silencio, espera.
Maldita seas muerte, bendita seas
por el dolor que nos causas
porque seguro es,
que acabarás con él.
miércoles, 14 de agosto de 2013
Despedida
Nunca he sido bueno
para las despedidas, me cuesta mucho cerrar, voltear la página, pero nunca
antes me había tocado una despedida es estas, que tu padre te diga adiós, es un
golpe seco en el gaznate, te deja sin aire, no te sale la voz, no se puede manejar
racionalmente; es la peor de las despedidas.
Al mismo tiempo es un
momento de mucha paz, porque se junta todo lo bueno y es lo que se tiene
presente, de mucho silencio, porque cualquier palabrerío es vano, de mucho amor
y autenticidad, porque se yace desnudo del alma, sin rencores ni dobleces.
Es bizarro, porque no
es inmediato, que el tiempo sea oblongo es lo más deseado. Cada segundo se vuelve una incertidumbre, es
un tiempo tortuoso de espera, que quieres se alargue por doloroso que sea. Al final, jamás uno se despide, hay personas
que te acompañarán siempre, mi padre es una de ellas.
lunes, 12 de agosto de 2013
martes, 7 de mayo de 2013
Vivo y soy feliz: pero no estoy ciego.
La vida en este
lugar,
es áspera como el lomo de un caimán.
Hacer que la felicidad nazca en la patria
como me nace cada vez que te pienso
es borrarse la sonrisa con muertos
olvido e indiferencia.
Vivo y soy feliz: pero no estoy ciego.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Sapito chimuelo
Cuando uno se piensa que ya tiene
el arte dominado, aparecen sapos inesperados.
Sucede que a veces, por no saber de algo; un tema, una profesión, una
actividad profesional, pues uno va aprendiendo tragando sapos.
Dicho lo anterior, tenemos al
sapo inesperado; ese que se te aparece sin qué ni para qué, y te lo tenés que
tragar sin más, porque es tuyo, vos lo creaste, no te diste cuenta pero el
sapito es tuyo, así que pa´dentro. Luego
está el sapo sorprendido, es decir, te tragas el inesperado y haciendo cola
viene el sorprendido, eso es como tragarse a sí mismo, es decir: el sapo tiene
tu cara de perplejidad. Lo sigue el sapo
encachimbado, ese viene con cara de pocos amigos, echando rayos y centellas, enojado
por lo pendejo que pudo ser, por lo pendejo que parece, por lo pendeja que es
la vida.
Se necesita unos cuantos días
para digerir a esos tres, luego de devolver el estomago unas cuantas veces y
tener un nudo de piedra en el ceño, poco a poco vuelve la calma, otros sapos
aparecen.
Aparecen unos también inesperados
e impensados. A mí me apareció uno
pequeño, chimuelo, con los ojos brillantes, saltarín como el que más,
desbordante de alegría: encantador en suma.
A ese incluso yo tuve que atraparlo para poder tragármelo, y perseguirlo
fue la cosa más deliciosa y divertida.
El malestar en la panza por la triada de sapos anteriores, pasó a su
lugar, al retrete.
Ya cansados de correrías, mi
sapito y yo nos echamos a descansar, y juntos nos agasajamos con un sapote
multicolor, inmenso, se nos plantó justo enfrente, nos dejó callados y
procedimos a tragarlo lentamente, poco a poco, hasta que llegó el último de ese
día, el sapo estrellado: de ese hablaré otro día.
viernes, 7 de septiembre de 2012
Barrilete sin cola
Da gusto ver a los patojos
disfrutando de elevar un barrilete, luchar y luchar al principio, correr,
lograr darle un poco de altura, un poco de viento, pita y listo, se encarama en
el cielo ese juguetito maravilloso.
Luego viene toda la aventura aeronáutica,
que si cabecea, que si la cola es muy pequeña, que si es muy larga, que si tiene
muy pocas varillas, que si está muy grande o pequeño; variables todas que hay
que resolver a puro jalón de hilo o resignarse llegado el momento a que se
venga al suelo.
Que sabroso cuando se termina el
hilo, te das cuenta que ya no puede subir más, que lo encumbraste al máximo,
recuperarlo intacto se vuelve el reto entonces.
Pero concentrémonos en el “cabeceo”,
parece ser que esto sucede cuando la cola del barrilete no es proporcional al
tamaño del mismo; inicia pegando jalones hacia los lados y queriendo bajar en
picada lateral. Si está muy alto, la
fuerza que se siente en el hilo es grande, quema a veces, y es toda una odisea
mantener estable al bichito volador.
Normalmente, si uno se da cuenta que la cosa es grave, es mejor bajarlo,
lo más rápido posible, para que no se baje solito en caída libre.
La vida a veces es así, parece
barrilete sin cola. Por más que le
jalemos al hilito y pensemos que tenemos contralada la situación, mejor sería
bajar la “flecuda” vida a ras de suelo y corregirle la cola.
Hay vidas y barriletes, de diferentes
diseños, colorido, tamaños. Los que son elevados para llamar la atención, los
que tienen como objetivo llegar más y más alto, los que van donde están los demás
barriletes, vidas, para compararse y salir deprimido o exaltado. Y están los
simples y sencillos, los que se concentran simplemente en volar: volar y disfrutar
en paz de la soledad del cielo.
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