Aquí hay llovido muchas veces, muchas
tantas
que no alcanzan nuestros cuerpos a tanto empapo:
de sangre
de olvido
de mañana sin nosotros
de nosotros sin presente.
Aquí hay llovido muchas veces, muchas
tantas
que no alcanzan nuestros cuerpos a tanto empapo:
de sangre
de olvido
de mañana sin nosotros
de nosotros sin presente.
Querer repetir la belleza que nos asombra
se vuelve
una obsesión hermosa,
buscando a
diario el retoño
la flor
el aroma,
buscando la
temperatura y la humedad adecuada para el color y la forma:
ambrosia de
los sentidos.
Quizás sea
una buena manera de terminar el camino.
Repetir el paisaje es tanto como querer repetir eso que me embriaga de ti cuando estamos juntos y me dejas navegarte.
Vamos
a corazón desnudo
sin que nadie nos diga dónde está el el clítoris o el glande o la razón del mundo
y de nosotros mismos.
A corazón desnudo
como aprendí contigo
después de encontramos
dándonos los retazos de lo que se podía ver entre nuestras costuras
eso que se oculta
que se prohíbe
que se profana por primera vez, a contramano de los clichés
y no hay Pacaya que explote más fuerte
ni Lembert que sea más frío.
Así es la vida, ensayos y errores
éxtasis y faltantes.
A corazón desnudo te digo,
este ensayo: enseña sobre fuegos y deshielos.
Este lugar es raro
este donde
estás y no estás
desde las
palabras te quiero hasta las palabras que nunca brotarán
es raro
este lugar
al principio era un torbellino
un alfaque
una reventazón
del Usumacinta
es raro
como eso de
ser eterna primavera y no se sepa si lloverá
habrá frío
o el sopor rendirá nuestros cuerpos
raro, como
la libertad en una tierra con esclavos que lo ignoran
raro, como
la oscuridad que invita a lo desconocido o a los hoyos más profundos
raro, como
un beso que se cae entre dos abismos: tu boca y la mía.
Amo tu flor y acepto tus cardos, solo ten cuidado con ellos, dije. Y bueno, he descubierto que no soy bueno para decir te quiero.
En el delta que forman tus riachuelos florece lo que se me antoja para esta esquina: ideas cómplices sonrisas y la certeza de no pertenecernos mientras nos queremos.
Hay algo roto de esquina a esquina en estas fronteras
la flor es bella si es mía
el río, prístino
si soy yo el que lo dice
la montaña, el camino de tierra
la gente, la lucha
existen si soy yo el que las gobierna y lo relata:
hay algo roto
y serán los que han vivido y sobrevivido a nuestra arrogancia
los que no nos incluirán cuando haya que reparar y transformar eso que esta roto.
La paz era un hecho pensado, la rebeldía, esa, nutrida de días y años, de muerte, de victorias, de derrotas, de pasos, de sangre en las botas, de vidas dejadas bajo los árboles y los ríos, de hambre, de entrega, de esperanza, de rabia, de lucha, la rebeldía no era pensada, era sentida. A pesar de ello, se acercaba cada vez más la hora de la renuncia publicada, de los titulares políticamente correctos, del silencio de las armas que mantenían viva la voz de la gente. Y entonces, disciplinadamente, cada quien se entregaba a su tarea, fuera la que fuera, grande o pequeña, importante o insignificante, cada quien se sentía revolucionario.
Un día de esos, de “la salida al claro”, luego de kilómetros en carretera y luego de más kilómetros tragando polvo en terracería, para finalmente subirse a lanchas y recorrer más kilómetros hasta la nariz del mapa, un grupo variado de gente hubo de caminar unos cuantos kilómetros más en la selva, y entonces, encontrarse cara a cara con la gente que en sin vociferar, hacía de la Revolución: en cada acto, por sencillo que fuera, desde decidir quién comería lo mejor que había en el día, que podía ser unos huevos de gallina o unos aguacates caídos durante la noche. Una anguila recién pescada, o unos bananos que costó horas ir a cosechar. Hasta las cosas más peligrosas y temerarias. Pues ese día, gente con cámaras, estudiantes, de organizaciones, curiosos, metidos, orejas, traidores, incongruentes y demás nacionales e internacionales, conocieron a las Comunidades de Población en Resistencia de El Petén. Soplaban vientos distintos, los núcleos estaban relajados y las comunidades guerrilleras alrededor de las CPR – P, también. Así que se organizó toda una convivencia con presencia de Naciones Unidas y demás representaciones que verificarían la condición de no combatientes de la comunidad Esmeralda. Entre otras cosas, se organizó una triangular de futbol, dicho sea de paso, que existiera una cancha en condiciones costó tiempo y esfuerzo de los compas, a pesar de ello, todavía había que saltar entre troncos humeantes en la cancha, pero en términos generales los partidos se jugaron decentemente. Se organizaron tres equipos, los locales, que jugaban cuando podían entre comunidades y a veces, con el ejército mexicano que se cruzaba el Usumacinta para una chamusca o con los que llegaban de cuando en cuando desde fuera. La cosa es que los locales jugaban como luchaban. A muerte. Era importante, era una cuestión de ganar o dejar el pellejo en el intento. Otro equipo lo conformaron los observadores internacionales, era un salpicón de nacionalidades y habilidades, algunas sorprendentes hablando de futbol, y otras, sorprendentes en cuanto a su capacidad de entretener al público en las orillas del campo con la voluntad más honesta y la torpeza más brutal con la pelota. El último equipo, el de los nacionales visitantes, conformado por una variada mezcla de estudiantes, compas organizados, onegeros y demás. El primer partido de la triangular lo ganaron los locales, les tocaba la final con los nacionales visitantes. El morbo era por demás emocionante, se picaban, algunos se conocían y los que no, se sumaban a embromar a los guerrilleros desarmados y vestidos con uniforme deportivo que casi era andar desnudos se su aura invencible. Un gol de los guerrilleros y los linderos del campo estallaron, había compas, hombres, mujeres y niños, que habían caminados horas para ver la final. Celebraban en medio de la selva a grito limpio, ganaban, vencían. Un gol de los visitantes nacionales, murmullos y una que otra maltratada educada fuera de la cancha. Termina el primer tiempo. Al segundo, se reorganiza el equipo de visitantes nacionales y Huevo Loco sube de la defensa al ataque. El portero, el compa Valentín, también sube en un tiro libre. Huevo Loco le pega con el alma a la pelota, las chispas de un tronco que aún estaba encendido, literalmente vuelan detrás de la pelota y, Valentín, el portero de los visitantes, sigue la pelota por el aire, y al ver que no podía alcanzarla a tiempo para cabecear, en un gesto marrullero, salta en dirección del portero guerrillero para sacarlo de balance y que no pueda alcanzar el balón, Cristo (que así le decían y le dicen a Cristóbal), el portero guerrillero, siente el peso de Valentín desplazándolo, aquel compa flaco, fuerte, pero flaco, en el aire era liviano, y Valentín, flaco, pero mañoso, y más grande que Cristo, pues simplemente lo tumbó sin problemas, la pelota le quedó a modo y solo tuvo que empujarla. El marcador final, dos a uno a favor de los visitantes.
Se armó el alegato con el árbitro, Cristo que conocía a Valentín, de manera exageradamente educada, le reclamaba la falta, Huevo Loco celebraba y Valentín disfrutaba su picardía. Cinco comunidades estaban descontentas, en cuenta una guerrillera, los acompañantes nacionales no sabían que la consecuencia de su triunfo sería quedarse sin cenar. Y bueno, qué decir de la sanción moral en privado al compañero Valentín por su marrullería. Cristo tuvo que cargar con la crítica de no ser más agresivo en aquella jugada y ser el “responsable” de perder el partido. Ese día ha sido el único que he visto a un guerrillero vencido. Ahora, cada vez que nos vemos, sonreímos sin decir nada, porque recordamos ese momento con cariño y picardía.
Eso que se siente
sin tocarse, que te hela o hace hervir la sangre
que te hace brotar
humedad de cualquier comisura
con la sola
presencia en derredor
eso
no lo sustituye
nada,
ni la razón, ni
la corrección
ni lo que
conocemos como amor.
Se llama pasión.
No se detiene
no la detiene
nadie
nada
y si no se siente
no se puede
provocar
no se puede hacer
que brote
no se puede hacer
que exista.
Cuando está viva,
es un permiso para pasarla bien
si no
es una despedida
larga
a veces educada
a veces vulgar
pero despedida al
fin.
Hay que saber
cuando aún la provocamos… hay que saber
cuando saborear
la vida de pasiones que hemos tenido.
Eso de percibir a través de los sentidos está devaluado de una forma, e hipermercantilizado de otra, si llorás porque tocaste por primera vez el envés de la mano de tu hijo, sos un sensible. Pero si llorás porque fuiste el primero en la fila del nuevo teléfono más inteligente que vos, no sos sensible, sos normal, es normal emocionarse ante tal privilegio; pero no emocionarse cuando te salen tres palabras del alma, las escribes y las mandás, menos emocionarse cuando te das cuenta se perdieron entre tu corazón y la “conexión” hacia donde las enviaste. Eso no es normal. Ser sensible, emocionarse con el amor, sentir ternura, podría salvarnos la vida, no a nosotros en particular, a los demás. Lo efímero, no toma en cuenta el después, no importa qué pase mañana.. Lo sensible sí toma en cuenta el mañana. Por ejemplo, me arrepiento rabiosamente de no haber hablado con mi padre lo suficiente, decirle que a pesar de todo lo vivido y mi desacuerdo con muchas cosas, mi amor por él permanecía intacto, sobándole los pies, lleno de morfina, lo hice, balbuceó algo que no logré entender pero que quiero creer fue un “tranquilo”. O la vez que haciendo el amor me dijeron el nombre de otra persona en el clímax del placer, soy sordo, pero no tanto, no paré, era más lo que sentía que la indagación insensible que el orgullo de macho me exigía. Creo que fui sensible esa vez, raramente sensible. O cuando mi madre baja la cabeza cuando se la va a dar un beso en la mejilla, creo que soy sensible a que no estuvo nunca acostumbrada a que la besaran con cariño, y entonces pone posición de chivo y te da una cornada. Hay que ser sensibles creo, de lo contrario consideraríamos normal tanta mierda a nuestro alrededor, y cuando digo mierda es mierda eh, mucha, desde la política hasta el más encumbrado de los dioses con el mejor asesor de marketing. Llorar, por ejemplo, cuando a veces, un recuerdo nos llama a una lágrima, y puede ser por algo alegre que hemos vivido, o por algo muy duro que hemos vivido pero que ahora nos causa risa. Me partí el brazo en tres partes cuando era muy pequeñito, y eso fue lo más doloroso físicamente que experimentado en la vida (andaba impresionando a una niña, por cierto), pues ahora, cuando recuerdo el acordeón de brazo que me quedó, sonrío, o me acuerdo la fregadera (que ahora le dicen bullyng) me hacía mi propia familia porque luego de sanado el brazo me quedó torcido y no podía ni puedo pegarlo al cuerpo: qué hijos de puta pienso sonriendo. En fin, devaluar la sensibilidad es condenarnos a la frivolidad, a la falta de escrúpulos, y eso, está muy cerca del autoritarismo y el desapego por los demás, principalmente por los que más nos amán. Ahora si que como dijo la canción "déjenme si estoy llorando" ya pasara.
Cada vez que así muero renazco limpio, en paz: pleno. Y para seguir viendo a los ojos a enemigos, traidores y estultos, escojo morir un ...