viernes, 2 de octubre de 2015

Hogar






Olor que te abraza al llegar, cosas viejas, rincones, cariño y cobijo: de esas pequeñas cosas y más, está hecho ese lugar que se añora y al que se muere por llegar.  No se construye solo, no es un simple nido, antes de eclosionar cualquier huevo en él, ya se ha venido formando, ya se tienen listas las polaroid que irán en las paredes y las recetas que migrarán de cocina.  Ya se tienen listos los duendes que halarán lo oscuro de los corazones que lo habiten.  Ya la felicidad tendrá su fórmula dogmática.  Casi todo estará listo, correrá en nuestras venas y los laberintos de nuestros pasajeros internos. A él vendrán nuevos moradores, con sus propias instantáneas en papel mate, sus propios enanos, olores, recetas y preceptos,  con su propio pandemónium de ánimas.  Si se le sobrevive, es lo más espléndido que pueda tocarnos jamás el espíritu.  Si no, se aprende a saborear lo infausto de manera natural.  La raíz de todo está en él.  Todo desenlace encuentra su sosiego en él.  No precisa de ser buscado o construido, de cómplices: simplemente vive en nosotros y germina donde plantemos nuestra cepa.

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