Para relatar el infierno Dante
tuvo que observarlo. El “Ante infierno” tiene más gente de la que
podemos imaginar, los inútiles están por todos lados, copulando con los
indecisos y pariendo generaciones y generaciones de autómatas incapaces de
tomar la decisión de avanzar hacia las profundidades del fuego o elevarse al
tan sobrevalorado cielo; malviviendo en el mejor de los lugares. El “Limbo” es eso mismo, y al final quizá los
que ahí permanecen verán lo mismo que los demás… Los “lujuriosos” mis preferidos, están quizá
disfrutando más de lo que se les castiga: ya sin hipocresía ni
convencionalismos, el fuego y la tortura son placer, las ataduras no existen al
igual que la libertad, paradoja de quienes disfrutan este círculo; esclavos de
sí y libres de los demás. Los golosos revolcándose
en el lodo desearían comerse hasta la culpa para terminar con el frío que les
moja y lubrica las ganas de seguir y seguir hasta reventar. Y nada mejor que empujar el peso de lo que
nos ancla el alma, ese cuarto círculo también está lleno, no termina de engullir
ánimas, llega al útero mismo a esperar su alimento. Iracundos y perezosos están un poco más allá
de la mitad del camino, su hervidero de motivos para la ira o el desgano los
tiene donde están, celebrando sus estúpidas batallas o lamiéndose la
entrepierna. El que contradice siempre
será castigado y estará más cerca del fuego que atiza sus desacuerdos: el
propio belcebú está donde lo puso su rebeldía.
Los violentos, esos que brotan después que les negamos por siglos la
condición de humanos, el alimento y la dignidad, esos seres despreciables que
son nuestro mejor resumen, se ahogan en la sangre hirviente de sus víctimas,
entumecidos por siempre y silenciados, mordidos por la perra y hambrienta
vida. La arena ardiente o la lluvia de
fuego, ambas son lo que tenemos en común con ellos aquellos que creemos estar
más allá del bien y el mal, pero por dentro la culpa nos carboniza el alma. Proxenetas y embaucadores, aduladores, los
que venden el perdón, charlatanes, funcionarios corruptos, hipócritas,
ladrones, malos consejeros, los que siembran discordia y falsificadores. Por último, los traidores. De todo hay en nuestro “bello y horrendo país”, esta Dantesca realidad solo necesita de una buena
crónica, no es necesario recurrir al suplicio de los dolientes en Cambray,
reproducir un niño cadavérico que muere de hambre o escarbar en la amargura de
quien reza a media calle arrodillado frente a un familiar asesinado.
Vivimos en el infierno: lo
sabemos. Cómo deshacer los círculos que
nos engullen, relatar sin morbo y sin malicia, dejar de refocilarse en nuestra
realidad y reinventarlo todo, el cielo, el infierno y sobre todo esta “primavera
con una esquina rota”, eso es lo que nos debería ocupar.
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